“Arriba Perú” no solo es un grito popular cuando juega la selección. También es el nombre de uno de los asentamientos humanos de San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de Lima y la zona donde se reportan más enfermos por COVID-19 en toda la ciudad.
Los habitantes de este extremo de la capital sobreviven a los estragos de una cuarentena de 107 días, en medio de la pobreza. La vida de todos ha cambiado. Y también la vida de 10 amigos que crecieron juntos y que han reemplazado el fútbol de los domingos por jornadas de limpieza.
“Empecé esto porque mi hermana tiene asma y sabía que ninguna autoridad iba a venir aquí para limpiar nuestras calles. Mi familia estaba asustada, pero esta era una forma de ayudar y también de traer algo de comida a casa”, cuenta Héctor Calsina, comerciante de 34 años.
Él invirtió sus modestos ahorros en una máquina y una docena de equipos de protección. Los amigos, con quienes jugaba a la pelota los domingos, se unieron a él en esta arriesgada misión. Pronto los vecinos los empezaron a llamar ‘Los Cazafantasmas’.
Todo comenzó tocando puertas, repartiendo volantes, informando boca a boca sobre el uso de mascarillas y luego, limpiando veredas. Se le sumaron Javier Carpio (dirigente), Alex Vilca (electricista), José Luis Mogollón (cocinero), Abisai Padilla (comerciante), Edwin Yataco (chofer), Jeremy Vilca (estudiante), Jhunior A. Calcina (mil oficios), Yolvi Cruz (mototaxista y padre de cuatro niños) y Rocky Oré (un ex militar que intentó ingresar a la reserva para patrullar las calles).
Entre máquinas, mangueras, trajes, mascarillas y guantes, y luego de elevar oraciones al cielo, todos los días suben a la camioneta de un vecino para desinfectar las calles de Arriba Perú.
A las 5 de la tarde, el grupo está listo para comenzar la limpieza. Su misión cambia cada día. Pueden desinfectar un mercadillo local donde se han reportado casos positivos o ayudar en la limpieza de alguna casa de donde haya sido recogido un cadáver. “Hay miedo a contagiarnos. A veces hemos querido tirar la toalla. Pero nos damos ánimo”, dice Jeremi. A veces el temor no proviene de la enfermedad, sino del peligro. “No sabes quién te va a abrir la puerta. Un día un hombre nos amenazó con un arma. Un vecino tuvo que calmarlo”.
Felizmente, más son los aplausos a su paso en los ocho barrios que forman Arriba Perú. A las diez de la noche se dan una pausa. Hay gaseosa para refrescar la garganta y un par de bizcochos para engañar al estómago.