El comercio

Justino Ugarte regala 200 pollos a la brasa a sus vecinos.

No importa que su pollería Don Wilbert siga con las puertas cerradas, en tiempos de coronavirus, el cusqueño no dejará de dar la mano a los más necesitados.

Texto: Rodrigo Moreno Herrera Fotos: Melissa Valdivia

Cuando Justino Ugarte inauguró su pollería anticipó cualquier tipo de contingencia, menos una pandemia. En 25 años de trabajo, las circunstancias lo han obligado a cerrar por primera vez. Sin embargo, la pérdida de ingresos no evitó que la semana pasada donara doscientos pollos a sus vecinos de la comunidad de Manco Cápac, en el distrito de Santiago de Cusco.

Justino no vive en una casa de material noble y tampoco es propietario del local donde funciona su negocio, pero cada año se las arregla para organizar una chocolatada navideña para los niños de su localidad. Es más, si las ganancias fueron buenas esa temporada, se anima a comprarles juguetes.

La pollería Don Wilbert –llamada igual que su hijo mayor– solo tiene a disposición del público siete mesas. Desde hace algunos años, las ventas comenzaron a bajar de cien pollos, en promedio, a solo treinta al día. Los comensales se inclinaban por precios cada vez más económicos, por lo que Justino se vio forzado a modificar el menú. La tendencia se ha mantenido hasta la actualidad, pues lo que más le piden son los octavos de pollo a S/. 7,50 la porción, acompañadas del infaltable caldo de cortesía.

Se ha acostumbrado a trabajar solo con su esposa Nicolaza y sus hijos Judith y Alex, aunque, de tanto en tanto, le ofrece un puesto a quien lo necesite. El apoyo de su familia y su fe en Dios le dieron la tranquilidad que requería para asimilar el anuncio del presidente Martín Vizcarra de que la cuarentena entraría en vigencia a partir del 16 de marzo. Lo primero que hizo esa semana fue regalar a sus vecinos los insumos que ya había comprado para su restaurante. Sabía que en su hogar no consumirían todo eso y no quería que se desperdicie.

Por casi dos meses no ha podido abrir su negocio, pero eso no ha evitado que los dueños del local le sigan cobrando el alquiler. Aun así, Justino sintió que tenía una obligación con sus vecinos. Cada vez que salía a la calle a comprar no faltaba gente pidiéndole uno o dos soles, o alimentos. Muchos de ellos no recibieron ninguna de las 2 603 canastas que distribuyó la Municipalidad del Distrito de Santiago a hogares en extrema pobreza. “Los veía tristes, tenía que hacer algo”, cuenta. Es así que una tarde conversó con su familia sobre la posibilidad de hacer una contribución a la localidad.

“Si él tiene dinero en el bolsillo, se queda con un poco y te da el resto. Él ve más por el prójimo, tiene esa forma de pensar y actuar”, remarca su hijo Wilbert. Con la ayuda de su esposa y sus hijos, armó una lista de los residentes de Manco Cápac que pertenecen a la tercera edad. Después llamó a su proveedor para que le trajera a la mañana siguiente doscientos pollos que pagaría con sus ahorros.

Al anunciar la repartición, se acercaron más personas de las que previeron. Empezaron a partir los pollos a la mitad para tratar de que nadie se quede con las manos vacías. Uno a uno salían del lugar con un semblante distinto, como quien no tiene que preocuparse, al menos ese día, de qué comer. “Los veía más contentos. Diosito es grande”, dice Justino.

De inmediato se extendió la noticia de que el dueño de la pollería Don Wilbert estaba regalando alimentos. Los siguientes días, no tardaron en llegar representantes de barrios aledaños y de ollas comunes para pedirle que los apoye también. Incluso le preguntaron si él mismo podía encargarse de cocinar para el resto. Pese a que no le sobran los recursos, se comprometió a ayudarlos con lo que pudiera.

Para él es difícil predecir el rumbo que tomará su negocio en las próximas semanas; no obstante, esto no le genera angustia. “En estos años la gente siempre ha seguido comprándome, no puedo quejarme. Tengo fe en que las cosas mejorarán”, concluye Justino.