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#CastillorenunciaYA
En su momento más crítico, Pedro Castillo puso de primer ministro a un políticamente oportunista, intelectualmente confuso, maltratador de mujeres y personas humildes, ‘cabecero’ con sus deudas, xenófobo, vulgar y hasta soez en redes sociales; además, para variar, con acusaciones de corrupción. Otros cinco de los nueve ministros que llegaron con él agregaron problemas propios. Ni hablar de varios de los que se quedaron.
La cuasi unanimidad nacional expresando su repudio (que la excepción sea Bermejo, dice mucho) lo obligó a un mensaje a la nación en que eludió su responsabilidad, culpó al Congreso y anunció vagamente una recomposición del Gabinete. Puede que algo menos malo consiga, porque siempre hay gente disponible a envilecerse por un fajín, escudándose en la “gobernabilidad”.
Estamos ante la enésima y peor crisis de este gobierno y, en todas ellas, un sombrero distingue al responsable. Y se está quedando solo. La izquierda de Mendoza, que lo defendió hasta que sacaron a sus ministros, lo ha abandonado. Y Cerrón lo repudia, pero deja abierta la posibilidad de que se recomponga el Gobierno; claro, con ellos al timón.
Pedro Castillo no va a cambiar. No puede cambiar. Tiene que irse. Ojalá tuviese la dignidad de renunciar. Pero no lo va a hacer por las buenas. Está aterrado de dejar el poder y no tener la protección ante las investigaciones penales que sobrevendrían.
Solo una ciudadanía movilizada, expresando en todas las formas posibles la urgencia del #CastillorenunciaYA, lo podría lograr. Marchas, mítines, cacerolazos, redes sociales, banderas, pancartas en casas y calles, polos y pines.
Quizá no en unos días, pero si perseveramos lograremos que salga por la puerta falsa de la historia, para nunca volver.
Difícil pero no imposible
Hay un difícil camino de salida, pero no imposible. El Perú lo ha transitado muchas veces, con destino siempre incierto.
Primero: reconocer que hay una crisis política y lograr unidad para superarla. Eso implica una enorme generosidad política con renuncias a agendas partidarias, a intereses particulares, a divisiones. La unidad en un único objetivo mayor: lograr un Gobierno democrático, bajo reglas constitucionales, en el que la corrupción y el patrimonialismo no prevalezcan.
Segundo: presión popular. Ella puede no solo lograr la caída de un Gabinete, sino también la renuncia de un presidente cada vez más solo en su ineptitud para el cargo. Pero si, a pesar de enormes movilizaciones, prevalecen las fuerzas oscuras que han asaltado el poder y se lo reparten como botín, no queda más camino que el constitucional. Un presidente debe cumplir su mandato, pero si no rectifica una conducta delictiva, la democracia debe defenderse.
Tercero: reforma constitucional, para introducir el juicio político presidencial durante el mandato, figura del derecho constitucional comparado que el Perú nunca ha tenido. Se necesitan 87 votos en la legislatura que acaba el 28 de este mes, y 87 votos más en la legislatura que empieza en marzo. Luego, el presidente podrá ser destituido en un debido proceso, ajustado al Estado de derecho y no en una arbitraria vacancia express que tanto daño ha hecho al país en el pasado.
Cuarto: destituido el presidente y renunciando Dina Boluarte, el país debe ir a elecciones generales. No puede elegirse una plancha presidencial y permanecer un Congreso que no responde al mismo momento político de la elección. Menos aún, un Congreso con un desprestigio mayor al del propio presidente, por su propia corrupción y su propio patrimonialismo.
¿Difícil? Casi imposible. Los obstáculos son gigantescos, los errores ya cometidos (y los que vendrán)son inmensos, el propósito de enmienda es mínimo, y la generosidad política, nula. Y sin embargo, aquí seguimos, 200 años apostando tercamente por ser un pueblo capaz de autogobernarse en democracia.
Super premier o salida de Palacio
Solo hay dos maneras de superar la crisis de gobernabilidad a la que nos ha conducido Castillo, la misma que amenaza no solo con dañar la institucionalidad democrática o la recuperación económica, sino también con destruir la meritocracia burocrática y producir el colapso del Estado.
Una primera, es que el presidente sea capaz de empinarse sobre su propia mediocridad y convoque a un nuevo premier, absolutamente empoderado, con capacidades plenas de designar a un Gabinete pluripartidario o multideológico, con capacidad de convocatoria, con peso político suficiente para sobrellevar la confianza del Parlamento y, sobre todo, de reengancharse con una ciudadanía cada vez más harta de la pasmosa medianía del régimen y del primer mandatario en particular.
Como segunda opción, si algo así no se aprecia en las próximas horas, luego del tránsito fallido del Gabinete Valer, y Castillo reincide en la designación de otro Consejo de Ministros cuestionado y sin legitimidad, se adelantarán las agujas del reloj y empezarán a correr los plazos para su salida de Palacio, sea por la vía de la vacancia o de la acusación constitucional.
Castillo ha llegado al poder no para efectuar una transformación estructural alguna. No es por ser de izquierda que le va mal. Podría haberlo sido y convocar a tecnócratas y burócratas capaces. Lo suyo es el reino de la grisura más absoluta. Solo se comporta, repitiendo a su escala, los peores vicios de la república: el patrimonialismo, la cooptación del poder, la corruptela teledirigida y la más absoluta ineficacia burocrática.
Lo evidente es que el país, la democracia y la economía no son capaces de aguantar cinco años de una crisis política de la envergadura de las que está generando el primario y básico presidente que tenemos. Lo saludable y democrático, en tales circunstancias, será proceder al recorte del mandato. Y, haciendo lo propio con la primera vicepresidenta, Dina Boluarte, volver a echar las cartas a la espera de que en esta ocasión el pueblo sepa elegir con mayor propiedad al encargado de gobernarlo.
Expresiones de una crisis
Identificar una salida a la crisis pasa, primero, por identificar la naturaleza de la crisis de la que se quiere salir, asunto en el que puede haber distintas interpretaciones, según como uno vea las cosas.
Esta crisis tiene muchas expresiones: cuatro gabinetes solo en el primer semestre –el último aún pendiente de designación–; un país que perdió el rumbo; una sociedad desconcertada en la que aumentan, como hace décadas, los que hacen planes para largarse; un sistema político podrido por la infiltración de mafias en todos los poderes del Estado.
Se podrían agregar muchas más manifestaciones de esta crisis que es antigua, pero que se ha agravado mucho desde hace medio año por un presidente como Pedro Castillo, que hace de la ignorancia y de la impericia motivos de orgullo, y que asegura que llegó a la presidencia de la República para aprender, pero que cada día que pasa confirma que es un profesor que no aprende nada y que, más bien, retrocede.
El origen de esta crisis reciente es Castillo, un presidente inepto por carecer de las condiciones básicas para ejercer el cargo y la capacidad de aprender; inmoral, por su promiscuidad reiterada con la corrupción; y mentiroso, pues tergiversa la verdad con toda franqueza.
Castillo ha dilapidado todas las oportunidades que ha tenido para enmendar durante el primer semestre de su presidencia, no habiendo ya esperanza alguna de que mejore en los nueve semestres que quedan de su mandato. El país no va a resistir eso, y los peruanos no merecemos un lustro de pérdida total de la capacidad de progreso.
¿Cómo salir de la crisis? Castillo debe dejar la presidencia, pero eso debe suceder respetando rigurosamente la Constitución. Su mejor contribución al Perú sería la renuncia, pero como eso no se le va a ocurrir, la protesta de las calles debe forzarlo a desistir de alargar más una presidencia que hace mucho daño a los peruanos, especialmente los más pobres, y eso debe producirse con la elección de otro Congreso. Que se vayan todos.
Debe irse
Ante la crisis política galopante, una pronta renuncia del presidente Pedro Castillo sería lo menos oneroso para el país.
Evitaría exacerbar la polarización entre el norte y el sur, entre la costa y la sierra, entre el Congreso y el Poder Ejecutivo, entre la izquierda y la derecha, entre ‘cojudignos’ y ‘golpistas’. Con ello, ahorraríamos tiempo y peleas.
Pero la renuncia de Castillo es un deseo y nada más. Es el Congreso el que tendrá que asumir su responsabilidad y proceder a construir una acusación constitucional consistente sobre infracciones que el primer mandatario cometió contra el orden democrático.
Es inevitable que sectores de la sociedad civil se manifiesten en diversos sentidos. Unos se contentarán con la separación del primer ministro abominable y su reemplazo por un cuarto Gabinete en seis meses. Otros demandarán que se vaya el propio Castillo.
Con esta última postura me identifico, porque es iluso pensar que el problema mayúsculo no está en el presidente, sino en sus delegados.
Entretanto, es importante que las diferencias se expresen con tolerancia. Cuando Pedro Castillo renuncie o sea destituido, tendríamos que entendernos mínimamente para poder contar con ministros y funcionarios competentes, que no roben ni agredan a las mujeres. Que sean de izquierda o de derecha resulta a estas alturas secundario. Deben ser capaces, honestos y demócratas, al margen de sus ideas, si se trata de recorrer un camino de transición entre el desgobierno y el caos en que vivimos y unas próximas elecciones generales.
Ojalá que después de esta debacle tengamos mejores candidatos y hayamos aprendido a elegir con responsabilidad.
Su última oportunidad
No hay salida que traiga consigo una solución integral que involucre al Ejecutivo y al Congreso; y dado que no la hay, el primer criterio para adoptar soluciones parche, es decir, inevitablemente parciales, es que cualquier medida que se adopte no genere una crisis mayor. Que no profundice el caos, que no viole las normas y que no alimente (más) la rabia y el escepticismo.
En consecuencia, la salida inmediata pasa por que el presidente –principal responsable de la crisis– tome nota de que con las renuncias de Avelino Guillén y, luego, Mirtha Vásquez, se le acabó de manera definitiva un período de su gobierno en el que podía darse el lujo de estar “aprendiendo”.
Es la última oportunidad del presidente Pedro Castillo. Esto no se arregla con el nombramiento de advenedizos, sino dando un viraje radical respecto a su última y pésima decisión. De lo contrario, la renuncia lo está esperando.
Otras iniciativas que se vocean como soluciones inmediatas, tales como “que se vayan todos”, la vacancia o la destitución del presidente por corrupción –previa reforma constitucional–, no pueden pensarse solo desde Lima, ni pueden dejar de prever las reacciones que pueden generarse en otras regiones del país, más aún si se aplican sin respetar escrupulosamente la ley.
En concreto, entonces, si más adelante el Congreso decide la vacancia o destitución del presidente Castillo o si él terminara por renunciar, debe respetarse lo que manda la Constitución. De lo contrario, cualquier medida solo alentará nuevas y recurrentes crisis.
resumen del caso
Se investiga la presunta solicitud y cobro de US$ 4 millones (US$ 3 millones de Odebrecht y US$ 1 millón de OAS) para financiar la campaña por el No a la revocatoria de Susana Villarán. Y si a cambio de ese aporte, tales constructoras fueron beneficiadas con el proyecto de ‘Línea Amarilla’ de la Municipalidad Metropolitana de Lima.
Crisis con nombre propio
Hay momentos en que las circunstancias y las limitaciones demandan una única respuesta, aunque extrema: la renuncia. Pedro Castillo es la crisis misma, y la certeza de que en su caso el aprendizaje presidencial no es factible. Para ello, el requisito mínimo, además del reconocimiento de las falencias, sería la aceptación de la urgente necesidad de ayuda. Hay indicios evidentes de que esta no existe. Durante las primeras semanas de gobierno, el presidente Castillo pidió a personas de diferentes sectores propuestas para los primeros cien días. Hubo reuniones, se entregaron ideas. Nunca fueron tomadas en cuenta. Son muchos quienes han visitado y conversado con el presidente Castillo, y la impresión es la misma: todo no fue más que una puesta en escena. La ‘mecida’ es todo un arte en el universo de informalidades que encarna Pedro Castillo.
Ningún país del mundo puede ser gobernado con prácticas del lado más perverso de la informalidad que reina en Palacio y que constituyen origen de crisis recurrentes. La corrupción vista y normalizada como una simple criollada, Gabinetes paralelos, lobbistas con prontuario que entran y salen y despachos paralelos son prácticas antagónicas de un gobierno democrático sobre las que, tampoco, se advierte propósito de enmienda.
Cuatro Gabinetes en seis meses de gobierno muestran los resultados políticos de las decisiones de Pedro Castillo: un jefe del Estado sin brújula que ha precarizado la función pública con temeraria indolencia. Pedro Castillo es el profesor que no prepara sus clases, su gobierno es vacío de contenido, y su pizarra se ha llenado de caóticos garabatos.
No tardará mucho en arrojarnos a otra crisis. La democracia y prosperidad de los ciudadanos (en tiempos que podrían ser de vacas gordas para el Perú) no se logran desangrándose cada 15 días por una idea o decisión de Pedro Castillo. Si logró llegar a la presidencia desde el anonimato por deseo de cambio de un pueblo, ahora le toca una acción de desprendimiento por ese pueblo que dice luchar.
Sin Valer, sin valor
No puede ser un error. Es un patrón del presidente Castillo escoger a lo peor de la clase política colocando al país, una y otra vez, a la deriva. Empieza a sonar fuerte el pedido de renuncia. Cuando escribo estas líneas, no se ha oficializado la salida de Héctor Valer a la presidencia del Consejo de Ministros, solo se ha anunciado que se “recompondrá” el Gabinete, pero no hay otro camino, ni para él ni para el jefe del Estado.
O escoge bien y comienza a gobernar para las mayorías, o presenta su dimisión. El Perú no aguanta más ni malos aprendizajes ni cuchipandas ideológicas. Su victimización, señor Castillo, ya no funciona. Este Gabinete que nació muerto, como incluso le ha recordado Vladimir Cerrón, es con muy pocas excepciones una falta de respeto al país, y también ha sido la confirmación de una ausencia de valores fundamentales que debe exhibir un gobernante.
Valer, de manera ruidosa, y otros en silencio cómplice, nos ha mostrado, sobre todo a las mujeres, la peor caricatura de un funcionario.
Ha sido despreciable en su afán de defenderse de las acusaciones de violencia contra su hoy difunta esposa y su hija, a la que ha revictimizado una y otra vez, intentando mostrar fotografías e intercambios en FB de “amor filial”, después de que se conoció que fue denunciado por agresiones físicas contra su familia. Castillo, con un pie en el abismo, pero sin un ápice de autocrítica, dice que esta nueva recomposición del Gabinete –la cuarta– será de ancha base y sin ideologías, “buscando la unidad”.
Como Santo Tomás, diremos “ver para creer”. El Perú no aguanta un pago de favores más, un Gabinete en la sombra más, mequetrefes arranchándose un pedazo de poder o cobrándose favores. La única forma de salir de la crisis es que Castillo designe a quienes puedan gobernar bien; de lo contrario, se convertirá en un ave de paso para el olvido.
Renunciar a ser un rebaño
Saldremos de esta crisis cuando los jóvenes renuncien a ser un rebaño que se deja arrear por histéricos tiktokers, mermeleros internacionales, hípsters morados, regias verolovers, odiadores que tuitean desde Londres, periodistas despedidos de la tele y actrices sin más papel que el de influencers del lapicito. Cuando los mismos cuatro caviares blancos o beige –con esas ínfulas de superioridad moral que los caracterizan– dejen de pasarse bobas consignas por WhatsApp, les hagan copy-paste y las tuiteen al unísono para volverlas ‘trending topic’ y sentir que hicieron patria. Cuando Keiko pierda el miedo a José Domingo y se siente a conversar con “ese señor rayadazo” apodado ‘Porky’ y salgan del closet juntos en conferencia de prensa y se asuman como lo que son: líderes de la derecha avergonzada, mientras De Soto sigue robando cámara en la puerta de Palacio.
Cuando ‘Porky’ pare de soñar que habrá elecciones limpias o de rezar por la salvación del alma de Valer o de creer que su egregio almirante Montoya le es leal o le interesa otra cosa que convertirse en presidente del Congreso, aunque para ello tenga que pactar con Antauro, que ahorita sale. Cuando Acuña ponga al país por encima de sus negocios y le quite de una vez, a este gobierno mamarrachento, el oxígeno incomprensible con que lo ha mantenido vivo demasiado tiempo. Cuando la bancada de Acción Popular deje de trapear los pisos del Congreso con la memoria de Belaunde y renuncie a ser cómplice de una banda que se zurra en la misma democracia que a él le costó una vida restaurar. Cuando doña Maricarmen Alva revalúe las prioridades de este Congreso dopado al que se le pasea el alma.
Saldremos de esta crisis cuando un Poder Judicial independiente –que no es este– ponga a Bermejo y Cerrón donde corresponde: en la cana; cuando Boluarte renuncie a la vicepresidencia y, con ello, a seguir siendo la última esperanza roja. Cuando Pedro Castillo, inexorablemente, sea vacado, acusado, juzgado y condenado. Pero saldremos de esta crisis, sobre todo, cuando los grandes medios de comunicación renuncien al rol de odaliscas que danzan al ritmo que el régimen les toca y vuelvan a hacer eso que un día dejaron de hacer. Eso que, en mis tiempos, se llamaba periodismo.
Que se vayan todos
El Perú se encuentra ante un escenario sin salidas ideales.
Las salidas ideales hablan del fortalecimiento de la esfera ciudadana y el establecimiento de consensos. Un pacto de salvación nacional. Todo muy bonito desde la teoría política. Alucinar este camino es ignorar que una amplia gama de mafias –desde las magisteriales hasta las policiales, pasando por las del transporte o de las universidades– han tomado el control del Ejecutivo y el Legislativo.
Así, solo nos quedan dos tipos de salidas: las reales y las realistas.
Las reales son múltiples, de todo tipo, y el Perú es suficientemente generoso en su impredictibilidad como para intentar siquiera adivinar cuántas y cuáles podrían ser. Ante nosotros se abren caminos, uno de ellos perfectamente puede ser una abulia mayoritaria, la modorra indiferente de aquel que ve un saqueo y se encoge de hombros. Pero también, por supuesto (y un vistazo a nuestra historia eleva sus probabilidades), están los escenarios violentos y autocráticos. El multiverso es real. Lo único que está garantizado, debido a la fractalización del espectro político, es que, sea cual sea, siempre habrá un enorme segmento irritado.
Las salidas realistas son aquellas que minimizan los costos inevitables. No puedes frenar en seco sin pagarle peaje a la inercia. Pero puedes maniobrar para evitar estrellarte con un poste. Y, tal como va la cosa, lo mejor que se puede hacer es apagar el motor. Resetear todo, si quieren ponerse ‘millennials’. Apagar y prender.
Pedro Castillo debe apartarse o ser apartado. Pero su sucesora, Dina Boluarte, no puede quedar a merced de este Congreso. Las fuerzas que dominan el Legislativo defienden los mismos intereses que Castillo y su entorno, solo que serían mucho más difíciles de ajochar (tienen a los poderes fácticos).
La presidenta Boluarte, por tanto, debería convocar elecciones generales de inmediato. Sí, competirían las mismas fuerzas políticas, pero ese será un problema para el Perú del 2023. Ahora mismo, lo único que nos queda es tratar de evitar que el carro termine de volcarse.
resumen del caso
Presunto acuerdo ilícito entre el ex viceministro de Comunicaciones Jorge Cuba Hidalgo, ex funcionarios del MTC y ejecutivos de Odebrecht para que en el 2011 la constructora ganara la obra del metro de Lima, tramos 1 y 2. Barata reconoció que la constructora desembolsó US$ 8 millones en coimas por el proyecto. Sin embargo, Antonio Carlos Nostre, ex director de contratos de la empresa brasileña, dijo meses después que el pago ilícito superó los US$ 24 millones. Según la fiscalía, Cuba habría recibido más de US$ 7 millones. Aún no se ha identificado a la totalidad de funcionarios que se beneficiaron con estos pagos.
Salida constitucional
Toda salida debe ser constitucional. Para la vacancia, las condiciones son muy estrictas y aparentemente no se han dado. La renuncia es una decisión personal, pero no parece que el presidente la considere y no hay alternativas idóneas de sucesión en el poder. La actual crisis debería solucionarse con el nombramiento de un presidente del Consejo de Ministros idóneo, es decir, capacitado para el cargo, con experiencia en servicio al Estado y que genere el mayor consenso posible. Este tendría que tener poder real de escoger a ministros idóneos en cada cartera, con trayectoria ética y profesional para asumir un ministerio. El presidente tendría que reconocer su incapacidad de escoger por sí mismo a las personas adecuadas. Dudo que esto sea posible. El presidente no muestra ningún indicio de querer ejercer su cargo con responsabilidad. En ese escenario es muy difícil que personas decentes y capaces acepten el maltrato de ser utilizadas para la supervivencia de un régimen tan cuestionado.
Estrictamente, no debió llegar nunca al poder una persona que no cuenta con la capacidad para ejercerlo con responsabilidad. El problema es que nuestra Constitución lo permite y la ciudadanía lo eligió, con poquísimo respaldo porcentual, votando entre malas opciones. La mayor parte de los votantes nunca quiso a ninguno de los dos finalistas. Para salir de la eterna cadena de crisis y cambios de gobierno que vivimos en los últimos años se necesita una reforma real y pensada de la Constitución. Creo que debería discutirse seriamente en un sistema parlamentario en el que se ajusten hacia arriba los requisitos de elección de los congresistas. El ciudadano debe poder votar por un buen representante. Y esos representantes deberían elegir entre ellos a un jefe de Gobierno. Las alianzas y compromisos para lograrlo serían más transparentes. Se produciría un obligatorio acuerdo entre Congreso y Ejecutivo para llevar a cabo las políticas. El jefe de Gobierno sería directo y único responsable de las políticas, no como ahora que tenemos un híbrido fallido en el que el presidente toma pésimas decisiones por las que es irresponsable políticamente, según la Constitución.
Vacancia o impedimento, lo más viable
Hasta el más necio a estas alturas se ha percatado de que es insostenible que Pedro Castillo continúe de presidente, de que el país no aguanta cuatro años y medio más con este caballero inimputable sin colapsar o dañarse irremediablemente. Podrán existir puristas, como el marxista Sinesio López, que sigan tercamente defendiendo la permanencia de Pedro Castillo en Palacio, pero hasta el diario oficialista “La República”, los sectores caviares y la otrora incondicional Verónika Mendoza ya abandonaron el barco castillista. Tampoco se necesitaba ser un genio en julio pasado para no avizorar que un candidato con tamaña orfandad intelectual iba a ser un pésimo presidente, pero más pudo el eterno odio cainita nacional y la irracionalidad. Ahora toca pensar cómo salir de este embrollo minimizando daños y respetando la legalidad.
Lo ideal sería que Castillo (y Boluarte) renuncien para adelantar las elecciones generales, pero eso no sucederá. También se han presentado otras vías alternativas a la vacancia (denuncia), pero son muy largas para lo que urge, con mucha carga de pruebas (y suena demasiado tropical acusar a alguien de “traición a la patria”).
Lo más cuerdo es ir a una vacancia. Allí, un escollo es que no se podría llegar a los 87 votos, pero ese no es un número pétreo, sino una simple exhortación del TC recogida en una resolución legislativa, así que este mismo Congreso puede disminuir inmediatamente esa valla a 80 votos sin ningún problema. Otra alternativa interesante sería acudir al artículo 114 de la Constitución del 93 y que el Congreso declare la incapacidad temporal de Castillo, como también de Dina Boluarte. Esta vicepresidenta también debe ser vacada junto con Castillo por su participación en las corruptelas de Perú Libre, lo que le hace carecer de legitimidad (además, cambiar a Castillo por Boluarte sería pasar de mocos a babas, y seguiríamos en el mismo predicamento actual).
En ambos casos (vacancia o impedimento), la presidencia sería asumida por quien lidere el Congreso, quien convocaría a elecciones. Y estas elecciones deberían ser solo presidenciales, dado que la Constitución del 93 no especifica si son generales (artículo 115). Soy consciente de que estas dos salidas no son perfectas, pero son las menos malas. Ya si después eligen a otro Castillo o al Pato Donald, será otro tema.
Siendo realistas
En momentos en que se habla más que nunca sobre la renuncia o vacancia presidenciales, es importante avanzar más en el análisis de lo que se podría esperar.
En primer lugar, salvo que, como ocurrió en noviembre del 2020, la indignación colectiva se traduzca en marchas multitudinarias y que, tal y como ocurrió en ese entonces, estas sean fomentadas y promovidas por la prensa, es poco probable que Pedro Castillo dimita al cargo.
Paralelamente, considerando que la facción ‘caviar’ de la política peruana ya le dio la espalda al gobierno de Castillo, la figura de la vacancia podría asomarse como una opción realista, como no lo era hasta hace poco. Pero, ¿después qué?
Asumamos por un momento que la presidencia de la República recae sobre la presidenta del Congreso, Maricarmen Alva, y esta convoca elecciones. ¿Podríamos los peruanos confiar en la transparencia de este nuevo proceso? ¿En el JNE, presidido por Jorge Luis Salas Arenas? ¿En la ONPE, gobernada por Piero Corvetto? Habría que darle confianza a la ciudadanía con la renovación de dichas instituciones.
Pero hay otro tema que vale la pena mencionar: la ausencia de líderes importantes. En algún momento debemos tener la opción de elegir a personas idóneas que representen. El Perú es un país lleno de profesionales capaces y exitosos, muchos de los cuales tienen la voluntad de servir. Hasta que vayan apareciendo, es imperativo que se presente una coalición democrática de transición, sobre quienes recaería una enorme responsabilidad histórica de liderar el Perú conjuntamente cinco años. Dicha coalición debe tener ciertos principios fundamentales compartidos, como la defensa de la propiedad privada, el respeto al orden democrático y a la Constitución, la condena clara al terrorismo y la guerra sin cuartel a la corrupción.
En el corto plazo, el verdadero líder será quien sea capaz de unir y canalizar los esfuerzos hacia un norte común. Dejemos para luego la discusión de quién es más liberal, conservador, de derecha, de centroizquierda o de centro. Si no logramos que las facciones moderadas se unan, no habremos aprendido nada y seguiremos en lo mismo.
1. ¿Cuál es su postura frente a las voces que sugieren alternativas para paliar la crisis, desde las postuladas por el Congreso hasta la renuncia del presidente?
El presidente Castillo debe tomar una decisión de honor por amor al Perú y renunciar al cargo, para así evitar una mayor crisis política y debacle de nuestro país.
2. De darse la renuncia del presidente Castillo, ¿la vicepresidenta Dina Boluarte debería continuar la gestión, o debe convocarse elecciones?
Inicialmente es lo que corresponde en un proceso de sucesión presidencial; sin embargo, ante las denuncias e investigaciones que se siguen en su contra, Dina Boluarte estaría desacreditada para ejercer el más alto cargo de la República.
3. ¿Qué mecanismos puede o debería activar el Congreso de la República para buscar una salida a la crisis política actual?
El Congreso ejerce y cumple su rol fiscalizador y de control político en representación del pueblo. Pero también es perfectamente constitucional y previsible evaluar la figura de la vacancia presidencial; para ello, se requiere la búsqueda de consensos con las diferentes fuerzas políticas en el Parlamento, evaluando responsablemente sus consecuencias.
1. ¿Cuál es su postura frente a las voces que sugieren alternativas para paliar la crisis, desde las postuladas por el Congreso hasta la renuncia del presidente?
El presidente Castillo ha sido elegido debido a la voluntad ciudadana y, por principio, los políticos deben ser los primeros en respetar el mandato de la ciudadanía. Antes de pensar en renuncias, creemos que el presidente debe tomar mejores decisiones y proceder a conformar un nuevo grupo ministerial lo antes posible.
2. De darse la renuncia del presidente Castillo, ¿la vicepresidenta Dina Boluarte debería continuar la gestión, o debe convocarse elecciones?
La Constitución establece los mecanismos de sucesión. Y, conforme lo indica el marco legal, correspondería a la vicepresidenta reemplazar al presidente si este no puede continuar en el cargo por las causales ya establecidas.
3. ¿Qué mecanismos puede o debería activar el Congreso de la República para buscar una salida a la crisis política actual?
El Congreso tiene mecanismos de control y uno de ellos es el voto de confianza. No daremos voto de confianza a un Gabinete integrado por personas con graves antecedentes o personas que no brinden ninguna garantía.
1. ¿Cuál es su postura frente a las voces que sugieren alternativas para paliar la crisis, desde las postuladas por el Congreso hasta la renuncia del presidente?
El señor Castillo no solo ha demostrado en los hechos que no es apto para conducir los destinos del país, sino que además lo ratificó de forma vergonzosa en una entrevista para un medio internacional. Creo que nadie podría estar en desacuerdo con el hecho de que el señor Castillo debe renunciar.
2. De darse la renuncia del presidente Castillo, ¿la vicepresidenta Dina Boluarte debería continuar la gestión, o debe convocarse elecciones?
Muchos dicen que el problema es Castillo, pero decir eso es querer tapar el sol con un dedo, pues la señora Boluarte también es parte de la misma danza. Ella es cómplice de Castillo y por el bien del país también tiene que irse.
3. ¿Qué mecanismos puede o debería activar el Congreso de la República para buscar una salida a la crisis política actual?
Si no renuncian, estoy convencido de que hay elementos suficientes para iniciar una acusación constitucional contra ambos, lo cual podría terminar en su destitución. Si tienen un mínimo de respeto por el pueblo peruano, deberían dimitir.
1. ¿Cuál es su postura frente a las voces que sugieren alternativas para paliar la crisis, desde las postuladas por el Congreso hasta la renuncia del presidente?
No podemos pretender salir de una crisis y generar una aún mas grande y de resultados múltiples. Apelo a que el presidente, en un cuarto Gabinete, otorgue estabilidad y gobernabilidad al país aprendiendo de sus errores y desaciertos. El presidente tiene su oportunidad de oro.
2. De darse la renuncia del presidente Castillo, ¿la vicepresidenta Dina Boluarte debería continuar la gestión, o debe convocarse elecciones?
No estamos en ese escenario. Sin embargo, nuestra Constitución nos indica el camino: la sucesión presidencial. Esperamos aun así que la reflexión, prudencia y asertividad primen en estos días claves para el país.
3. ¿Qué mecanismos puede o debería activar el Congreso de la República para buscar una salida a la crisis política actual?
Una primera alternativa es resaltar la necesidad de reunir al Consejo de Estado para tratar respecto de la crisis política o incluso buscar un diálogo más directo entre el presidente de la República y la presidenta del Congreso, acompañada por todos los voceros de las diversas bancadas.
1. ¿Cuál es su postura frente a las voces que sugieren alternativas para paliar la crisis, desde las postuladas por el Congreso hasta la renuncia del presidente?
De hecho, la renuncia del presidente de la República, Pedro Castillo, ante tantos errores y tantas malas decisiones tomadas, no deja de ser una alternativa por tomar en cuenta, pero considero que no es la mejor. La mejor alternativa es que se tenga un Gabinete de ancha base.
2. De darse la renuncia del presidente Castillo, ¿la vicepresidenta Dina Boluarte debería continuar la gestión, o debe convocarse elecciones?
2 De darse el caso de la renuncia del presidente de la República, efectivamente correspondería a la vicepresidenta Dina Boluarte asumir el cargo. No deberíamos romper el orden democrático.
3. ¿Qué mecanismos puede o debería activar el Congreso de la República para buscar una salida a la crisis política actual?
El Congreso de la República tiene la obligación de ser un órgano concertador. Precisamente, el Parlamento tiene la representación de los distintos sectores de la clase política, y nos han elegido para consensuar y eso es lo que tenemos que hacer. No estamos en condiciones de buscar ahondar la crisis.
1. ¿Cuál es su postura frente a las voces que sugieren alternativas para paliar la crisis, desde las postuladas por el Congreso hasta la renuncia del presidente?
Eso está fuera de foco, porque el presidente ha sido elegido por cinco años y ha cumplido todos los requisitos. Que el estilo de gobernar a alguno les guste y a otros no, es otra cosa.
2. De darse la renuncia del presidente Castillo, ¿la vicepresidenta Dina Boluarte debería continuar la gestión, o debe convocarse elecciones?
No se va a dar eso. Difícil que sucedan ambas opciones.
3. ¿Qué mecanismos puede o debería activar el Congreso de la República para buscar una salida a la crisis política actual?
El Congreso también está en problemas. Mejor es preguntar: ¿qué mecanismos puede activar el Congreso para dejar de poner trabas al Gobierno? Miremos todo lo que se ha aprobado en la Comisión de Constitución, observando decretos de urgencia, la cuestión de confianza. Se están blindando para un escenario donde el presidente puede tomar la decisión, conforme a la Constitución, de tomar acciones. ¿Cuál es la crisis? ¿Que hayan cambiado un primer ministro por otro primer ministro? No por esto vas a pedir la renuncia del presidente.
Que se vayan todos
Evidentemente, a la presente crisis política solo puede aplicársele una solución institucional: aunque esto parezca obvio, han pasado veinte años de la última dictadura, y aún no hemos consolidado teórica y funcionalmente instituciones claves, como la investidura presidencial, el Congreso de la República o los entes autónomos. Sucesos como los de los últimos meses –las visitas a la casa de Sarratea, los nombramientos inadecuados, los vínculos con el extremismo, la puesta en marcha de una política innecesariamente beligerante– ponen al ciudadano automáticamente en contra de toda la función pública como si esta fuera presa de un mal radiactivo. Es necesario que quienes tienen en sus manos la capacidad de marcar un rumbo nacional lo hagan demostrando que el sistema republicano tiene en sí mismo las claves para su reordenamiento y vigencia.
Aun así, a pesar de que lo técnico es ir por la vía legal, también existe un criterio ético que podría darnos la idea de una solución más justa: institucionalmente, sería válido que el Congreso vaque a Pedro Castillo si encuentra las causales explícitas. ¿Podría, sin embargo, vacar este Parlamento al presidente cuando los mismos congresistas han sido “vacados” por la ciudadanía si observamos las últimas encuestas? A las soluciones institucionales, recordemos, subyace la legitimidad de quien las aplica: ¿sería ético que un Congreso que ha perdido la sintonía con la población y que no puede decirse depositaria de la voluntad general arremeta contra el presidente? Sí, sería ético que cumpla el mandato legal siempre y cuando su decisión se extienda a la convocatoria a nuevas elecciones generales. En otras palabras, es evidente que Castillo ha gastado sus capacidades para gobernar y debe irse, pero el actual Congreso también. Precisamente, salvar la institucionalidad, que es lo más importante de todo este proceso, también se logra evitando que su desprestigio sea aún mayor.
Creo firmemente que nos toca pasar nuevamente por las urnas, allí donde el destino se torció.
Un golpe de decencia
Qué rápido envejecieron algunos análisis políticos de campaña. Nos romantizaron a un “sindicalista básico” (Bellido dixit) y lo convirtieron en un humilde profesor y campesino que enfrentaba a las élites capitalinas con la voz del Perú profundo. La realidad dice que Pedro Castillo ha logrado llevar al máximo nivel de gobierno las formas sucias e incompetentes con las que, en no pocos casos, se hace política regional desde hace por lo menos dos décadas.
El presidente es hoy el máximo representante de una enorme legión de líderes fallidos que ostentan cargos de poder en todo el país. Solo por citar el caso de Arequipa, el gobernador regional está preso, acusado de conformar una organización criminal que ofrecía –a los propios consejeros regionales– terrenos, coimas y cupos de trabajo a cambio de que no fiscalicen su gestión. Mientras tanto, la región se consume en la más grave crisis de los últimos años. A la pésima gestión de la pandemia, se suma una pobre ejecución de gasto en proyectos de inversión pública que en noviembre del 2021 apenas llegó al 53% y el ingreso a coma de Majes Siguas II, el más grande proyecto agroexportador del país.
A las pugnas ideológicas que nos dejaron el saldo de cuatro presidentes en cinco años, se suma el maltrato que sufre el país a manos de agrupaciones que funcionan como vientre de alquiler de sujetos de muy dudosa reputación o delincuencia comprobada, que llegan al gobierno o al Parlamento para torcer la ley y beneficiarse económicamente.
Por eso, lo que toca corregir hoy no es solamente funcional. Están en juego la forma de hacer política y de ejercer el poder en el Perú. Necesitamos un golpe de decencia. Y lo decente sería no solo que renuncien el presidente y su vicepresidenta, y se convoquen nuevas elecciones, sino que provoquemos la llegada de personas honestas y capaces a todos los niveles de gobierno. ¿Parece imposible? Sí y tal vez necesitemos un milagro, pero, como decía Chesterton, “lo más increíble de los milagros es que ocurren”.
Aún no es tiempo de vacar
La situación es tan grave que el presidente de la República, Pedro Castillo, no está en busca de un equipo técnico para impulsar el desarrollo del país, sino de un grupo que ayude a apagar el incendio y que le asegure su permanencia en Palacio de Gobierno.
Su poca preparación, el peligroso entorno que lo rodea, el vínculo con su partido y los hechos de corrupción que lo salpican hacen prever que seguirá tomando decisiones erráticas. Por lo tanto, la crisis continuará y aumentarán las voces que pidan su salida.
El gran reto para el país es encontrar una solución y recuperar el tiempo perdido. El debate es intenso y cada propuesta tiene sus riesgos de generar una convulsión social. Aunque la vacancia es perfectamente constitucional, pues no ha sido modificado ese artículo en la Carta Magna, parece que aún no tiene legitimidad, ya que faltan consensos entre las fuerzas políticas y el Congreso está muy desprestigiado.
Además, nada asegura un sucesor o sucesora con respaldo popular y apoyo del Parlamento. Nuevas elecciones, con las mismas reglas, con los mismos partidos, los mismos líderes también podrían llevar a un escenario similar y mantenernos en un círculo vicioso.
¿Cómo y por qué llegamos a esta situación? Desde hace algún tiempo se intenta hacer reformas políticas y electorales, pero han quedado truncas. Ese limbo ha sido aprovechado por improvisados, investigados y todo tipo de personajes cuestionados para llegar al poder.
Así como las normas en la carrera pública impidieron, al inicio de este gobierno, que se nombre a semianalfabetos en algunos puestos del Estado, se pueden afianzar las leyes para asegurar un mínimo de probidad y capacidad para cargos de elección popular.
Esa es una tarea de los partidos políticos. Tan pronto como logren consensos para marcar una ruta democrática, podría echarse mano a la figura de la vacancia, reitero, perfectamente legal. Por ahora, no parece ser el momento.
Renunciar o enmendar el rumbo
Entre las alternativas que se pueden proponer para superar la crisis política está que el presidente de la República, Pedro Castillo, renuncie o enmiende su gobierno, eligiendo a profesionales sin denuncias u hojas de vida cuestionadas, ciudadanos que quieran desterrar la corrupción en el sistema, que anhelen trabajar por todos los peruanos, por un país con mejores oportunidades.
En estos casi siete meses de gobierno de Castillo, la decepción y la ira de los jóvenes y de los que menos tienen ya empieza a sentirse en el interior del país, en la gente de izquierda y en los independientes que pusieron sus esperanzas en un profesor rural, el mismo que prometió reformas en un país que requiere cambios estructurales.
En regiones como Áncash, donde los pescadores de la costa piden que el Gobierno ya no permita la depredación de la anchoveta en estado juvenil y reactive la conservería que se encuentra en una grave crisis, se necesita de un ministro que apueste por la sostenibilidad de los recursos y promueva la seguridad alimentaria.
En la sierra y costa del Perú, los estudiantes no pueden acceder a las clases virtuales por falta de conectividad, y las paredes de sus escuelas se caen a pedazos y tienen que ser sostenidas con palos de madera. Merecemos un ministro que se preocupe por la educación y contrate a docentes sin corrupción de por medio.
Las mujeres del Perú no merecemos que más golpeadores y corruptos integren el Gabinete. Queremos paridad, necesitamos mujeres profesionales que impulsen el enfoque de género y velen por las víctimas de todo tipo de violencia.
Señor presidente, no cometa más errores, los peruanos no se lo merecen. Basta de improvisación, y dedíquese a gobernar para el bien de todos los que apostaron por el cambio.
Usted debería convocar a los que tengan la capacidad para enrumbar el país que no solo es afectado por la crisis económica generada por la pandemia del COVID-19, sino también por la falta de visión y amor a la patria.
La historia y la crisis política
A menudo se señala que la historia es la experiencia del pasado y que su conocimiento nos previene de cometer los mismos errores. Sin embargo, los acontecimientos históricos no se repiten mecánicamente; al contrario, responden a cambiantes factores y a un contexto distinto. Aún así, nos aleccionan sobre los riegos del presente.
Contribuyen a la actual inestabilidad política un mandatario anodino y un parlamento radicalmente opositor. La figura nos recuerda el tiempo de los caudillos, quienes en el siglo XIX encarnaron posiciones antagónicas. Sin embargo, las diferencias saltan a la vista: los caudillos congregaban a personajes que defendían algún proyecto decimonónicamente viable como el liberalismo o el regionalismo. Además, al llegar al poder, legitimaban su gobierno surgido de la revolución a través del parlamento, con una nueva Constitución, pero recurriendo al lenguaje republicano y a las formas constitucionales.
En mi opinión, la actual coyuntura más se asemeja al segundo gobierno de Cáceres. Él volvió a ocupar el poder en 1894 en unas controvertidas elecciones. Al poco tiempo, el héroe de la Breña devino en un tirano. La revolución de Piérola tomó las calles de la capital. La intervención del cuerpo diplomático logró un armisticio y la salida de Cáceres del poder. Se convocaron nuevas elecciones en las que salió ungido el líder de la revolución.
Pedro Castillo no es Cáceres y las fuerzas armadas hoy no dirimen en política. Pero, tal como sucedió con el héroe de la Breña, el desgaste del actual mandatario es acelerado. En este caso, el conocimiento del pasado nos advierte sobre la posibilidad de un funesto desenlace. Está en manos del gobierno y de la oposición evitar que la historia se repita.
“Es muy complicado resolver una crisis como la que padecemos sin un sistema de partidos políticos. En 1895, la guerra civil generada por el militarismo fue resuelta por un pacto de gobernabilidad entre el civilismo y el pierolismo, dando origen a la República Aristocrática. Luego, en 1945, hubo el intento de superar el odio al APRA con la formación del Frente Democrático Nacional, que llevó a la presidencia a un candidato de consenso, José Luis Bustamante. Finalmente, en 1978, los partidos pudieron darle al país un derrotero para salir de la dictadura militar redactando una nueva Constitución, que permitió el retorno a la democracia. Todas aquellas ‘soluciones’ políticas tuvieron sus límites, pues no garantizaron un largo periodo de estabilidad institucional. Pero, al menos, había partidos capaces de negociar, y líderes que aceptaron sacrificios por el consenso.
Hoy no tenemos un sistema de partidos, solo clanes que se disputan el poder con objetivos, mayormente, subalternos. Ya ni siquiera hay una figura de relativa aceptación ciudadana dentro del Congreso, como la hubo el 2000, para garantizar una transición confiable. Es muy fácil decir que urge “refundar la república”, como tantas veces se ha proclamado. Hasta el momento de escribir estas líneas, la llave la tiene el Congreso, con la estricta vigilancia ciudadana. Una opción es ver la forma jurídica de nombrar un gobierno de transición que convoque a elecciones generales, pero dándole facultades para reformar el sistema electoral y tener un futuro gobierno más representativo, que construya institucionalidad y no sea devorado por los sectores más oscuros de la sociedad. Todavía podemos darle oxígeno al Bicentenario”.
A estas alturas ya es un lugar común decir que una de las tantas crisis actuales provocadas por el Ejecutivo o el Congreso es “la peor crisis de la historia republicana”. Después de todo, es un mantra efectista, útil para el clickbait y los titulares, pero no es necesariamente cierto. Hay efectivamente una crisis en la actualidad, de la cual no sabemos cómo salir pero que no es reciente. Y según se vea se puede rastrear en 2016, 2000 o 1990, pero más importante es cómo comprender una crisis, lo cual implica: (a) identificar la naturaleza de la crisis; (b) establecer los actores involucrados; y (c) plantear si hay continuidades o rupturas frente a momentos previos. El sensacionalismo que busca hacer de cada crisis “la peor” de nuestra historia se nutre a su vez de lo poco que conocemos de historia reciente, y de lo fácil que estamos a dispuestos a ceder ante alarmistas de redes sociales, columnas y noticieros, y legitimarlos con nuestros “likes”.
Lo que sí es cierto es que la pandemia generó una serie de procesos que efectivamente pueden ser consideradas la crisis más grave de nuestra historia republicana: el alto índice de víctimas, la agudización de la precariedad y de las condiciones tan adversas con las que las y los peruanos enfrentaron el virus y la inoperancia de nuestras élites gobernantes para desarrollar estrategias de corto y mediano plazo. Tan solo en víctimas, superó las de las Guerras de Independencia, la Guerra del Pacífico y el Conflicto Armado Interno. Todas juntas. Y lo más grave es que aún no cerramos este episodio. De modo tal que cualquier llamado a caracterizar una de las muchas crisis políticas debe ser puesto en perspectiva; de lo contrario, estamos banalizando y burlándonos del enorme costo humano que ha significado una tragedia real como la del Covid-19 en Perú.
Crisis de un desencuentro
Vamos de sorpresa en sorpresa. Los resultados de las elecciones del 11 de abril lo fueron. También la segunda vuelta del 6 de junio. Las regiones se hicieron presente de manera inusitada y la votación presentó una poco conocida regularidad republicana, Lima vota de manera conservadora sin entender lo que sucede en las regiones y las regiones votaron contra todo. Algo parecido sucedió en la misma Independencia de 1821, las regiones se movilizaron antes y Lima recién cuando llegaron los libertadores, asumió el republicanismo.
Recordemos también que los resultados del 6 de junio fueron duramente cuestionados con la denuncia de fraude y no hubo una necesaria transición. Tres gabinetes se han sucedido en los primeros seis meses de gobierno. ¿Qué es lo que realmente está sucediendo? ¿Una crisis del gobierno de Pedro Castillo por incapacidad personal del gobernante ¿O una crisis de la República empresarial (1990-2022) que se manifiesta encubiertamente como un desencuentro entre en el centro y las regiones? No me extraña el encarcelamiento de W. Aduviri, ni que E. Cáceres Llica haya sido destituido. El gobierno de P. Castillo muestra orfandad, desconexión con Lima, ciertamente, y el centro capitalino, en lugar de aportar, vuelve a las actitudes anteriores y propone la renuncia, la destitución o alguna otra fórmula de reemplazo inmediato. ¿Es posible superar este enfrentamiento y salir de la crisis con una fórmula democrática y constitucional que nos haga sentir más peruanos en la diversidad de las políticas, regiones, razas y culturas?
Crisis y nuevos actores políticos
Nuestro aprendizaje democrático ha estado lleno de escollos en estos doscientos años de vida republicana. La política peruana no ha sido ajena a las crisis; sino, es una constante en nuestra historia. Por ejemplo, buena parte de la política del siglo XIX estuvo marcada por levantamientos encabezados por caudillos militares que se disputaban el poder y alteraban el orden político, buscando legitimarse mediante procesos electorales y cambios en el orden constitucional.
Durante el siglo XX, en particular durante la década de 1920, aparece un pensamiento crítico que cuestiona el régimen político dominado por la oligarquía. La debacle económica de 1929 y la crisis del oncenio propició el surgimiento de nuevos actores políticos que tendrían una fuerte presencia en la política como el aprismo, la Unión Revolucionaria y la incipiente izquierda socialista. La década de los treinta fue marcada por una fuerte impronta autoritaria que acentuó las hostilidades partidarias y la crisis política.
La crisis del régimen de Bustamante y Rivero, marcado por el enfrentamiento entre el Ejecutivo y Legislativo, desembocó en otra impronta autoritaria encabezada por Manuel A. Odría. La caída del régimen militar en 1956 abrió la puerta al surgimiento de nuevas fuerzas políticas (Acción Popular, PPC, las diferentes vertientes de la izquierda, etc.) que mantuvieron el juego democrático hasta el golpe militar de Juan Velasco Alvarado en 1968, marcado por un fuerte cuestionamiento al régimen social que dominaba el Perú.
La aparición de partidos políticos con cierta solidez institucional y que se mantuvieran en el tiempo se rompió con la transición a la democracia de 1980. Durante esta década, la izquierda logró diversificarse en diferentes tendencias democráticas y radicales. Sin embargo, la presencia nacional que lograron durante la década se perdió frente a la crisis desata por Sendero Luminoso, sufriendo la estocada durante el régimen de Alberto Fujimori.
La caída de Fujimori marcó la crisis actual de los partidos políticos, convertidos en actores efímeros, sirviendo de vientre de alquiler de políticos de todas las tendencias, sin mucha legitimidad, ni estructura institucional. En las actuales circunstancias, la construcción de partidos que ejerzas un control sobre sus militantes y una agenda política nacional se torna casi imposible. Nuestros últimos presidentes han concluido sus mandatos con un fuerte crecimiento económico, pero con baja aprobación de la ciudadanía, marcados por fuertes conflictos sociales, crisis ministeriales y enfrentamientos con entre los poderes del Estado.
La actual crisis tiene una lectura que escapa de lo coyuntural y de las capacidades del presidente o de la oposición de ejercer un buen gobierno que responda a las necesidades de la población. La crisis de los partidos no ha permitido darle estabilidad democrática al país. Luego de las elecciones de 2020 aumentó la polarización entre los actores políticos y la pérdida de confianza de la población en sus líderes políticos, muchos de ellos cuestionados por escándalos de corrupción. La incertidumbre aparece en el horizonte.
Una agenda pendiente: el cambio
La situación de crisis política que vive el Perú en estos momentos es sumamente compleja, nos encontramos ante una situación inédita. Con un Presidente que proviene de las canteras del sector popular, y que ciertamente representa a los ciudadanos de a pie del Perú profundo, siempre olvidados e invisibles. El presidente, es por primera vez, un maestro de escuela dedicado a la actividad sindical, y que en las últimas elecciones ha logrado capitalizar el voto y las expectativas de los maestros, ese segmento de la sociedad olvidado y ninguneado por el Estado, que vio en Castillo una posibilidad y una oportunidad.
En los últimos días, en una entrevista realizada por CNN, Pedro Castillo ha confesado, ingenua y crudamente, no estar preparado para gobernar, confirmando de esta forma una situación evidente a todas luces. ¿Cómo llegamos a esta situación? La respuesta es mucho más compleja de lo que se piensa, pero lo cierto es que nos encontramos frente a una encrucijada de la cual no hemos de salir fácilmente.
El triunfo de Castillo tiene muchas explicaciones, desde las más inmediatas hasta las explicaciones relacionadas con las estructuras caducas de un sistema que agoniza desde sus orígenes. El proceso de independencia, y despues la República no han logrado cumplir la “promesa de la vida peruana”, ese sueño que aspiraba construir una sociedad más justa e inclusiva. Esta promesa sigue pendiente y latente, sobre todo en el Perú profundo, que busca incesantemente, cual “cometa jade que de vez en cuando relampaguea”, ese espacio que la República le ha negado.
Las aspiraciones de los sectores mayoritarios, se reflejan en los periodos electorales y reclaman la atención del Estado y de la clase política: aspiran al cambio de un sistema que no los representa. Por tanto, la responsabilidad de esta crisis política es también de quienes gobernaron anteriormente el Perú, de su falta de sensibilidad y compromiso con los sectores mayoritarios, a quienes han dejado sistemáticamente de lado históricamente en el Perú. Los sectores mayoritarios, todavía esperan un cambio, que aún no llega, o que solo llega en el discurso, en la etapa electoral. Ese cambio supone cambios profundos y estructurales que establezcan una democracia real y genuina, en la que el Estado y la clase política finalmente estén a la altura de los desafíos nacionales.
Nos encontramos entre los dos radicalismos, el de la derecha y la izquierda, sin rumbo, sin futuro, sin timón. Sin visos de cambio: como siempre. Los políticos, parecen no entender que ciertas prácticas políticas deben extirparse de la sociedad, urge además renovar algunas instituciones resquebrajadas y enmohecidas por el tiempo, para que estén a la altura de las exigencias de nuestra época. Es preciso sentar las bases de una nueva sociedad, más inclusiva, solidaria y, sobre todo, más humana; que represente los intereses y expectativas de todos los peruanos y peruanas.
Se busca maestr@ de Historia
Que nos enseñe que si en el pasado un padre podía sentirse con derecho a "corregir" a su hija adulta golpeándola y pateándola en el rostro, desde el siglo pasado la ley reconoce este acto como violencia familiar y de género. No rechazar abiertamente la violencia (de cualquier tipo) es ser cómplice del perpetrador.
Que desde la formación de nuestra República la autoridad política está fuertemente ligada a la masculinización del poder, a la exaltación del uso de la fuerza y al autoritarismo.
Que el ejercicio y mérito profesional de las mujeres ha sido históricamente invisibilizado y desplazado por vínculos de compadrazgo y solidaridades forjadas en espacios de socialización masculina. Cualquier institución laboral, académica o profesional que no tenga una composición paritaria y que no implemente acciones para lograr la equidad, promueve la discriminación, el sexismo y la desigualdad.
Que la práctica médica que atiende a los cuerpos de las mujeres y de los hombres ahora está sujeta a la regulación de colegios profesionales que velan por el ejercicio ético, calificado (basado en ciencia) y responsable.
Que la educación de calidad, aquella que promueve valores ciudadanos, no puede estar desligada de la perspectiva de género en donde toda la currícula, desde las matemáticas al deporte y la historia, reconocen la igualdad de todas las personas y combaten la discriminación del 50% de la población.
Que las grandes revoluciones sociales de la historia, como la Revolución Francesa o la Revolución Rusa, empezaron con movilizaciones de mujeres indignadas y hartas.
¿Revolución o involución?
Las micro y pequeñas empresas representan el 95% de las empresas peruanas y emplean a más de la cuarta parte de la Población Económicamente Activa (PEA) del Perú. Por tanto, cualquier decisión del Gobierno que afecte a las mypes afecta directamente a un importante porcentaje de peruanos y peruanas que encargaron la conducción del país a quien reside en Palacio de Gobierno.
No parece que el presidente Castillo lo entienda o tenga claridad sobre esto. Desde el inicio de su gestión, se ha caracterizado por generar un clima de desconfianza, incertidumbre y falta de rumbo que desincentiva a los empresarios emprendedores a invertir su trabajo y capital en el país.
A los micro y pequeños empresarios que los agremiados de Asomif atienden, se les hace más cuesta arriba apostar por nuestra Patria si el Gobierno no traza una ruta clara de visión y crecimiento sostenible.
En vez de promover reglas predecibles que prioricen y fomenten la inversión y oportunidades para nuevos emprendimientos, únicamente ven un país donde solo pueden convocar a funcionarios con cuestionamientos éticos, morales y profesionales.
Una verdadera revolución, como la que prometió el presidente en campaña sería aquella que genere las condiciones y oportunidades para que las pymes inviertan, se desarrollen y crezcan. Y, con ellas, gran parte del Perú. Lo que tenemos hasta el momento, lamentablemente, en cambio, es una clara agenda y receta para la involución de nuestro querido país, en perjuicio de todos los peruanos.
Sin norte y sin rumbo
No cabe duda que la crisis propiciada por el Ejecutivo afecta directamente a los peruanos y a las peruanas de a pie. Esta incertidumbre sobre el presente y el futuro del país provoca que no se contrate personal, que los proyectos se posterguen y que el mercado no despegue ya que la desazón y la desconfianza comienzan a sentarse en la población. Así, la tan mencionada reactivación, queda solo en titulares y en buenas intenciones de los ministros de Economía.
Desde esta perspectiva es momento que el presidente de la República vea la realidad nacional y defina posiciones. A mi entender tendría dos caminos: el primero de ellos, debe considerar una verdadera vocación de cambio que implicaría llamar a técnicos independientes para que asuman las carteras ministeriales y definan una hoja de ruta concertada en el Foro del Acuerdo Nacional; el segundo camino es, tener una real vocación de servicio por el interés nacional, renuncie y convoque a elecciones generales.
Los peruanos merecemos un gobierno que se concentre en atender las necesidades y las brechas de la población, causa indignación que mientras cientos de miles de empleos formales se pierden por el cierre de micro y pequeñas empresas, y escale la violencia en las calles y en nuestros barrios, la máxima autoridad del país, se aferre a un sillón sin norte y sin rumbo, rodeándose de sus allegados, sus defensores y partidarios.
La situación es compleja pero tenemos fe, sobre todo fe en la dignidad de los peruanos que aún tenemos la libertad para expresarnos, movilizarnos y gritar en unísono, ¡basta ya!
¿Qué pasó?
Hace falta una nueva mirada en el análisis de la gravísima situación en la que se encuentra nuestra Patria y su futuro, que fue cuestionado desde sus raíces por un grupo que hizo su chamba.
Fue hace ya medio siglo, cuando tomaron las universidades preparando el camino “del campo a la ciudad” como lo propugnaba Sendero Luminoso y su cúpula ideologizada desde la Universidad de Huamanga. La insana aventura costó al país 70. 000 muertos.
No nos dimos cuenta que aquellos que fueron derrotados militarmente, sólo se replegaron para seguir desde la política, infiltrando el débil aparato estatal en sus niveles municipales y regionales. El Estado fue también infiltrado desde la burocracia.
La infiltración tenía varios tipos de protagonistas. Por un lado, funcionarios no idóneos, y por otro lado, funcionarios abiertamente corruptos, y finalmente personajes ideologizados que sólo querían continuar con aquella nefasta tarea “destruir el Estado burgués” desde adentro. Y estos coparon el Poder Judicial.
Los peruanos de bien, nos dimos a la tarea de reconstruir el país, bajar la pobreza y crecer económicamente. El Perú fue durante los últimos 30 años “la vedette” de Latinoamérica por sus éxitos en reducción de la pobreza y crecimiento.
Mientras tanto, los enemigos del país, sólo necesitaban el “enemigo perfecto” para entrar al poder por la vía democrática. Y lo encontraron. La señora Fujimori, heredera de todos los pasivos de la dictadura de su padre, fue fácil de vencer. Tan fácil que no pudo ni con el peor candidato. Un “sindicalista básico” como lo llama su propio mentor. Ahora ya es irrelevante el flagrante fraude del que fuimos testigos.
Cómo los músicos del Titanic.
Parece que los ciudadanos del Perú, y las fuerzas democráticas llamadas a actuar estamos “como los músicos del Titanic”, haciendo fiesta, mientras el barco naufraga…
¿Qué hacer?
Un solo camino: UNIDAD. Las mejores inteligencias del país, políticos o no, deberían acudir a un “cónclave cívico”, donde congresistas y políticos partidos de todas las tendencias, constitucionalistas, ciudadanos de bien y fuerzas empresariales busquen una transición constitucional. El profesor de Chota no debe seguir en el juego porque demostrado está que hace tiempo que no juega, ha sido copado por malévolas fuerzas corruptas que están haciendo su tarea. “Destruir el Estado burgués desde adentro”. Cada día que pase, será peor.
El día después de mañana
Después de la juramentación del cuarto gabinete ministerial en un gobierno de solo seis meses, y de haber esperado (ilusamente) la conformación de un Gabinete técnico, conciliador y de ancha base, nos encontramos con la cruda realidad: un Gabinete liderado por la “mejor” persona que podría haberle aceptado ese puesto al presidente Pedro Castillo, claro está, bajo las condiciones en las que él (Castillo) y el Gabinete bajo las sombras quieren seguir manteniendo, y con un grupo de ministros que responden a intereses particulares, desarticulados, con dudosas credenciales, sin un sentido de trascendencia o propósito.
¿Quién despues de haber sido testigo de la manera en que se trató a Vasquez, Guillén ó al mismo Cevallos podría poner en juego honor, dignidad e incluso salud mental, para colaborar con alguien que no esta dispuesto a colaborar consigo mismo?
¿Cómo salimos de esta crisis?
Cada día nos convencemos (con profunda tristeza) que no hay mucho que se pueda hacer en este momento, con un Congreso que no esta dispuesto a irse, respondiendo muchas veces a los mismos intereses subalternos que algunos de los ministros designados. Quizás solo nos queda esperar a que la pesadilla termine.
Y mientras tanto, hacer un mea culpa y una profunda reflexión sobre qué necesitamos corregir: ¿cómo hacemos para que la brechas sociales se acorten?, ¿qué hacemos para que los servicios públicos lleguen a las poblaciones más necesitadas?. Esto, para que el día despues de mañana, no tengamos que elegir en una contienda electoral entre el hambre y la necesidad.
Necesitamos construir ciudadanía activa, y entender que el poder es una responsabilidad. No podemos entregarle nuestro poder (a través de nuestro voto) a cualquiera, tenemos que aprender a elegir mejor.
Considero que lo más saludable para el Perú, su democracia y sus maltrechas instituciones es que Pedro Castillo renuncie al cargo de presidente, pues ha demostrado una incapacidad total para ejercer tan importante cargo que hace insostenible su permanencia al frente del gobierno.
Pero ello debería ir de la mano de la renuncia de la primera vicepresidenta Dina Boluarte y del compromiso del Congreso para convocar nuevas elecciones, proceso que debería contar con todas las garantías posibles que aseguren su realización transparente, íntegra, eficiente y confiable bajo la vista aguda de todos los peruanos y de organismos internacionales debidamente acreditados.
Finalmente, y no menos importante, esta debería ser la oportunidad para que los verdaderos líderes que aman el país asuman su rol de manera responsable y que los peruanos tengamos las herramientas de información (por ejemplo, encuestas hasta el último momento) que nos permitan conocer bien a los candidatos, sus propuestas, antecedentes, virtudes y defectos, de modo que podamos hacer una elección inteligente y responsable.
Los adjetivos muy duros que se emiten estos días sobre el presidente Castillo son, sin duda, válidos. La patria está en peligro de un mayor caos y deterioro moral y económico.
Los votantes que eligieron al señor Castillo cometieron un grosero error, pues su nula capacidad y grotesca falta de un mínimo de preparación para gobernar eran evidentes, desde cuando el 12 de abril pasado se hizo conocido.
Ahora bien, resulta concluyente que solo su alejamiento del poder, junto con la vicepresidenta, es la única salida y el mal menor para el Perú. Así haya una presión diaria para que renuncie, esta no se dará. Solo quedan, por tanto, las vías legales que la Constitución prevé. Este proceso el Congreso lo debe iniciar de inmediato, desde este lunes 7. Nada positivo se debe esperar del nuevo Gabinete, solo será peor.
Desgraciadamente los políticos antiguos y los nuevos son iguales. No hay un cambio radical. En estos momentos, la única forma de superar la crisis sería nombrar ministros a personal técnico calificado. Se debería hacer una especie de convocatoria como hacen las empresas privadas que buscan a los mejores profesionales pasando rigurosas pruebas de selección. Eso lo podrían hacer a través del Servir o crear una comisión especial de selección y que todo el proceso sea público para que los entes fiscalizadores puedan revisar los antecedentes y hojas de vida de los candidatos y no estar nombrando personas con antecedentes penales, judiciales o policiales.
El camino para la solución de la crisis política e institucional en todos sus niveles que vive el país pasa por la salida del presidente (renuncia o vacancia) y además de la vicepresidenta y de los congresistas y la convocatoria inmediata a nuevas elecciones.
Estamos en un conflicto porque votamos con el hígado. Lo inmediato es que el profesor Castillo renuncie y se convoquen elecciones. Hagamos campañas de concientización para que no se vuelvan a elegir candidatos manchados por la corrupción.
A todas luces se quiere imponer la idea de que vacar al presidente es lo mejor y solucionará la crisis. Considero que esta acción o pedir la renuncia no debe darse y considero que es la oportunidad de establecer lineamientos y mecanismos apropiados para gobernar y trabajar en pos de procesos de cambio y bienestar dejando fuera de juego a los corruptos de derecha y de izquierda o de donde se quieran ubicar. Pero no crear acciones de desorden y patear el orden jurídico de una nación solo porque sus intereses son otros que los de buscar bienestar social de las mayorías.
Es poco probable que algún profesional decente y que tenga sólidos postulados anticorrupción acepte ser nombrado primer ministro u ocupar algún despacho ministerial vacante. Entre la imposibilidad de formar un Gabinete que ponga primero los intereses del Perú frente al dogma político, la muy probable negación del voto de investidura por parte del Congreso al nuevo Gabinete Ministerial y la confesada incapacidad del presidente Castillo para gobernar el Perú parece ser que las únicas alternativas para salir de esta nueva crisis política serían la renuncia o la vacancia.
Creo que la mejor salida a esta crisis es la renuncia voluntaria del presidente Pedro Castillo. Él se autoproclama representante legítimo de los más vulnerables en nuestro país, no dudo incluso que sus esfuerzos sean la reivindicación de los derechos, pero no es un Gabriel Boric peruano y mucho menos un mesías. La humildad nos hace responsables y él debe demostrar que tiene esas virtudes. Por otro lado, debo decir que todos los peruanos debemos hacernos una autocrítica. Creo que si hemos llegado hasta aquí, con estos graves problemas que debilitan la democracia y el Estado de derecho, es porque se ha ignorado a nuestra propia gente, con una educación y sistemas sanitarios de los más precarios de América. Yo no quiero ni debo perder la esperanza de que nosotros los peruanos, sin importar nuestras ridículas diferencias, logremos superar esta crisis.
El final inevitable es la conclusión anticipada del mandato de Pedro Castillo. Lo deseable es que sea de la forma menos traumática posible. Las entidades que conforman el Consejo de Estado deberían sumar fuerzas y emplazar colectivamente al presidente a presentar elecciones anticipadas. La iniciativa debe provenir del Poder Ejecutivo para remarcar que la salida es coordinada y fruto de un acuerdo. Mientras tanto, las fuerzas políticas deberían promover un Gabinete de transición que se aboque a tareas específicas: el avance de la vacunación y control de la pandemia, el retorno seguro a clases presenciales, la garantía de la neutralidad del gobierno en las futuras elecciones, etc.
Al presidente Castillo no le queda otra opción que renunciar. Si él medita, se daría cuenta de que ese acto evitaría el desmoronamiento de la institucionalidad del Perú y un posible enfrentamiento entre peruanos.
Pero el problema también está en las dos corrientes: una izquierda cegada y fanática que se subió al carro de Castillo con lo de “el gobierno para el pueblo” y nunca cuestionó los gabinetes que hemos tenido. Y una derecha que empezó mal como oposición al deslegitimar las elecciones y hasta ahora no ha podido canalizar el evidente desagrado de la población y hacer efectiva la vacancia a este gobierno que está muy debilitado.
A los peruanos, como sociedad, nos cuesta mucho vivir en democracia. Quizás esta sea la oportunidad de empezar unos nuevos cinco años con un gobierno que sea muy distinto a los mismos de siempre.
Considero que para superar la crisis es preciso que se unan todas las fuerzas políticas. Se necesitan nuevos líderes, rostros frescos, que provengan de canteras que se hayan mantenido con el tiempo. La señora Fujimori ya no debería estar en la escena política. En segundo lugar, pienso que se deben convocar a nuevas elecciones, es la única forma de pasar la página amarga de la mediocridad e improvisación del gobierno de Pedro Castillo. Nuestro país merece una agenda en común.