José Luna
(Editor del diario “El Tiempo” de Piura)
Renato Sumaria del Campo
(Periodista de Arequipa)
Carlos Conde
(Periodista y corresponsal de América TV en La Libertad)
Laura Urbina
(Periodista de RPP en Chimbote)
Que se vayan todos
Evidentemente, a la presente crisis política solo puede aplicársele una solución institucional: aunque esto parezca obvio, han pasado veinte años de la última dictadura, y aún no hemos consolidado teórica y funcionalmente instituciones claves, como la investidura presidencial, el Congreso de la República o los entes autónomos. Sucesos como los de los últimos meses –las visitas a la casa de Sarratea, los nombramientos inadecuados, los vínculos con el extremismo, la puesta en marcha de una política innecesariamente beligerante– ponen al ciudadano automáticamente en contra de toda la función pública como si esta fuera presa de un mal radiactivo. Es necesario que quienes tienen en sus manos la capacidad de marcar un rumbo nacional lo hagan demostrando que el sistema republicano tiene en sí mismo las claves para su reordenamiento y vigencia.
Aun así, a pesar de que lo técnico es ir por la vía legal, también existe un criterio ético que podría darnos la idea de una solución más justa: institucionalmente, sería válido que el Congreso vaque a Pedro Castillo si encuentra las causales explícitas. ¿Podría, sin embargo, vacar este Parlamento al presidente cuando los mismos congresistas han sido “vacados” por la ciudadanía si observamos las últimas encuestas? A las soluciones institucionales, recordemos, subyace la legitimidad de quien las aplica: ¿sería ético que un Congreso que ha perdido la sintonía con la población y que no puede decirse depositaria de la voluntad general arremeta contra el presidente? Sí, sería ético que cumpla el mandato legal siempre y cuando su decisión se extienda a la convocatoria a nuevas elecciones generales. En otras palabras, es evidente que Castillo ha gastado sus capacidades para gobernar y debe irse, pero el actual Congreso también. Precisamente, salvar la institucionalidad, que es lo más importante de todo este proceso, también se logra evitando que su desprestigio sea aún mayor.
Creo firmemente que nos toca pasar nuevamente por las urnas, allí donde el destino se torció.
Un golpe de decencia
Qué rápido envejecieron algunos análisis políticos de campaña. Nos romantizaron a un “sindicalista básico” (Bellido dixit) y lo convirtieron en un humilde profesor y campesino que enfrentaba a las élites capitalinas con la voz del Perú profundo. La realidad dice que Pedro Castillo ha logrado llevar al máximo nivel de gobierno las formas sucias e incompetentes con las que, en no pocos casos, se hace política regional desde hace por lo menos dos décadas.
El presidente es hoy el máximo representante de una enorme legión de líderes fallidos que ostentan cargos de poder en todo el país. Solo por citar el caso de Arequipa, el gobernador regional está preso, acusado de conformar una organización criminal que ofrecía –a los propios consejeros regionales– terrenos, coimas y cupos de trabajo a cambio de que no fiscalicen su gestión. Mientras tanto, la región se consume en la más grave crisis de los últimos años. A la pésima gestión de la pandemia, se suma una pobre ejecución de gasto en proyectos de inversión pública que en noviembre del 2021 apenas llegó al 53% y el ingreso a coma de Majes Siguas II, el más grande proyecto agroexportador del país.
A las pugnas ideológicas que nos dejaron el saldo de cuatro presidentes en cinco años, se suma el maltrato que sufre el país a manos de agrupaciones que funcionan como vientre de alquiler de sujetos de muy dudosa reputación o delincuencia comprobada, que llegan al gobierno o al Parlamento para torcer la ley y beneficiarse económicamente.
Por eso, lo que toca corregir hoy no es solamente funcional. Están en juego la forma de hacer política y de ejercer el poder en el Perú. Necesitamos un golpe de decencia. Y lo decente sería no solo que renuncien el presidente y su vicepresidenta, y se convoquen nuevas elecciones, sino que provoquemos la llegada de personas honestas y capaces a todos los niveles de gobierno. ¿Parece imposible? Sí y tal vez necesitemos un milagro, pero, como decía Chesterton, “lo más increíble de los milagros es que ocurren”.
Aún no es tiempo de vacar
La situación es tan grave que el presidente de la República, Pedro Castillo, no está en busca de un equipo técnico para impulsar el desarrollo del país, sino de un grupo que ayude a apagar el incendio y que le asegure su permanencia en Palacio de Gobierno.
Su poca preparación, el peligroso entorno que lo rodea, el vínculo con su partido y los hechos de corrupción que lo salpican hacen prever que seguirá tomando decisiones erráticas. Por lo tanto, la crisis continuará y aumentarán las voces que pidan su salida.
El gran reto para el país es encontrar una solución y recuperar el tiempo perdido. El debate es intenso y cada propuesta tiene sus riesgos de generar una convulsión social. Aunque la vacancia es perfectamente constitucional, pues no ha sido modificado ese artículo en la Carta Magna, parece que aún no tiene legitimidad, ya que faltan consensos entre las fuerzas políticas y el Congreso está muy desprestigiado.
Además, nada asegura un sucesor o sucesora con respaldo popular y apoyo del Parlamento. Nuevas elecciones, con las mismas reglas, con los mismos partidos, los mismos líderes también podrían llevar a un escenario similar y mantenernos en un círculo vicioso.
¿Cómo y por qué llegamos a esta situación? Desde hace algún tiempo se intenta hacer reformas políticas y electorales, pero han quedado truncas. Ese limbo ha sido aprovechado por improvisados, investigados y todo tipo de personajes cuestionados para llegar al poder.
Así como las normas en la carrera pública impidieron, al inicio de este gobierno, que se nombre a semianalfabetos en algunos puestos del Estado, se pueden afianzar las leyes para asegurar un mínimo de probidad y capacidad para cargos de elección popular.
Esa es una tarea de los partidos políticos. Tan pronto como logren consensos para marcar una ruta democrática, podría echarse mano a la figura de la vacancia, reitero, perfectamente legal. Por ahora, no parece ser el momento.
Renunciar o enmendar el rumbo
Entre las alternativas que se pueden proponer para superar la crisis política está que el presidente de la República, Pedro Castillo, renuncie o enmiende su gobierno, eligiendo a profesionales sin denuncias u hojas de vida cuestionadas, ciudadanos que quieran desterrar la corrupción en el sistema, que anhelen trabajar por todos los peruanos, por un país con mejores oportunidades.
En estos casi siete meses de gobierno de Castillo, la decepción y la ira de los jóvenes y de los que menos tienen ya empieza a sentirse en el interior del país, en la gente de izquierda y en los independientes que pusieron sus esperanzas en un profesor rural, el mismo que prometió reformas en un país que requiere cambios estructurales.
En regiones como Áncash, donde los pescadores de la costa piden que el Gobierno ya no permita la depredación de la anchoveta en estado juvenil y reactive la conservería que se encuentra en una grave crisis, se necesita de un ministro que apueste por la sostenibilidad de los recursos y promueva la seguridad alimentaria.
En la sierra y costa del Perú, los estudiantes no pueden acceder a las clases virtuales por falta de conectividad, y las paredes de sus escuelas se caen a pedazos y tienen que ser sostenidas con palos de madera. Merecemos un ministro que se preocupe por la educación y contrate a docentes sin corrupción de por medio.
Las mujeres del Perú no merecemos que más golpeadores y corruptos integren el Gabinete. Queremos paridad, necesitamos mujeres profesionales que impulsen el enfoque de género y velen por las víctimas de todo tipo de violencia.
Señor presidente, no cometa más errores, los peruanos no se lo merecen. Basta de improvisación, y dedíquese a gobernar para el bien de todos los que apostaron por el cambio.
Usted debería convocar a los que tengan la capacidad para enrumbar el país que no solo es afectado por la crisis económica generada por la pandemia del COVID-19, sino también por la falta de visión y amor a la patria.