El comercio

El primer rascacielos de Lima

Por: Carlos Batalla Fotos: Anthony Niño de Guzmán

A fines de 1957, el Hotel Crillón terminó de construir su nuevo edificio de 14 pisos, el que anexó al antiguo local de 1947, ese que tenía ocho pisos originales. Sumó así 22 pisos en total. Llegó así a las alturas del nuevo Ministerio de Educación Pública. Entonces, estos eran los dos edificios más altos de Lima. Hasta que llegó, en 1959, el coloso de Tacna-Colmena.

Los primeros edificios limeños 

Décadas atrás, en la capital solo se permitía la construcción de casas de dos pisos, una medida que provenía del siglo XVIII, cuando el arquitecto francés Gaudin -tras el terremoto de 1746-  recomendó la confección de casas de dos pisos para tener mayor solidez y firmeza en el terreno.

Lima se acostumbró a tener casas de solo dos niveles, hasta que en 1865 se construyó la primera casa de tres pisos: era la residencia de la familia Barreda, la cual sorprendió en la época. Recién a comienzos del siglo XX, en 1909, se concretó el cambio: el gobierno municipal de Guillermo Billinghurst dictaminó que las fachadas de las casas en las avenidas principales de la ciudad deberían tener una altura mínima de 12 metros, equivalentes a tres pisos.

En 1940, a raíz del terremoto de ese año, se dispuso que las construcciones en las avenidas Wilson (hoy Garcilaso de la Vega) y Tacna no debían ser de menos de seis pisos. El peso de la construcción y el material noble utilizado resistirían mejor un sismo fuerte. A partir de 1940, se empezó la construcción de una nueva Lima hacia arriba. Una Lima vertical. La avenida Tacna se convirtió en un espacio de ensayo urbanístico, inundándose de edificios cada vez más altos.

El boom inmobiliario de Tacna

Durante el gobierno de Manuel A. Odría (1948-1956) aparecieron en la céntrica avenida Tacna edificios de 10 pisos. Lo mismo ocurrió en la avenida Abancay donde destacó el local del Ministerio de Hacienda y Comercio (11 pisos); y en la avenida Salaverry con el local del Ministerio de Trabajo, entre otros edificios públicos y privados.

El Ministerio de Educación Pública, frente al Parque Universitario, de 1956, sorprendió con sus 22 pisos, y luego el sólido Hospital del Empleado con sus 14 pisos. Hoteles de 12 pisos y el propio Hotel Crillón, con su ampliación a 22 pisos en 1957, dieron a Lima un perfil de grandes dimensiones. En el centro, era Tacna la avenida de los gigantes. Esto se fue repitiendo al finalizar la década de 1950 y comenzar la de 1960, en los distritos de Miraflores y San Isidro.

Así, los nuevos inmuebles empezaron a tener más altura que cualquier casona, mostraban más funcionalidad y una decoración menos recargada. Era el fin de la arquitectura colonial, el final de las puertas pesadas y la llegada de las rejas y los muros altos; y, finalmente, la bienvenida de los timbres eléctricos reemplazando a los picaportes.    

Edificio Tacna-Colmena

Clelia Lavado López es una mujer de 75 años. Médica jubilada y presidenta de la Junta de Propietarios e Inquilinos del edificio Tacna-Colmena. Ella vive en el noveno piso, en un departamento de 110 m²; no está en las alturas del penthouse de los últimos pisos, que viene con un living-comedor y una piscina en uso, pero desde su humilde altura siente el palpitar de Lima, su vida bajo el sol y el luminoso ajetreo de la noche.

“Mi hermana y yo no vimos cuando mi padre compró los departamentos, pues habíamos viajado a España para estudiar. Cuando regresé en 1976, me encuentro con estos departamentos en el piso 9  y 17, este último el más grande, de 230 m². Llegué un 14 de octubre, y al día siguiente pude ver la procesión del Señor de los Milagros pasar por debajo del edificio. Fue una maravilla ver eso de noche”, recuerda Clelia.

Edificado en el terreno formado por las avenidas Tacna, Colmena (Nicolás de Piérola) y el jirón Ocoña, el coloso de Lima de 23 pisos ya estaba vendiendo sus últimos departamentos en setiembre de 1959. La constructora Propiedades Horizontales S.A., de la familia Prado, se empeñó en hacer el primer rascacielos antisísmico de la capital peruana.

El gigante tenía un sótano donde había una amplia playa de estacionamiento, garajes independientes y depósitos; y llegó a la altura de 78 metros. Eran 95 departamentos en total (aunque Clelia reclama y dice que son 100), dividido en 56 departamentos de dos dormitorios; 33 de tres dormitorios; 5 de cuatro dormitorios; y el penthouse de los últimos tres pisos. 

Un rascacielos de lujo

En esos primeros años, el inmueble exhibía con orgullo sus dos ascensores principales de lujo (que hoy no funcionan) y otro de servicios (que sí funciona). Hoy, la forma más segura de subir o bajar para un visitante es por las escaleras. El coloso lucha por sobrevivir con dignidad cuando ya ha cumplido 60 años de inaugurado.

La mayoría de los departamentos ya estaban vendidos antes de iniciarse propiamente la construcción, y se publicitaba en ese lejano 1959 con espacios adicionales en el primer piso para un cine (cine Colmena) y un banco (Banco Popular del Perú).

“Viví aquí con mis padres de 1976 a 1978, ese año me fui con ellos a San Isidro. Mis padres vivieron en estos pisos desde la construcción del edificio hasta 1978. Luego de eso  quedó algo abandonado, en manos de algunos propietarios, inquilinos, empleados y guardianes”, dice Clelia, quien ha vuelto a vivir en el centro desde hace unos años. Para ella este inmueble es una joya, “el primer edificio antisísmico de Lima”.

La fachada en el estreno del edificio mostraba un gigante pintado de gris oscuro en el primer piso y de gris claro a partir del segundo piso hasta el último. Un tono sobrio y elegante impregnaba su fachada exterior. Hoy tiene un tono verdoso con el que quiere pasar inadvertido entre la gente del siglo XXI.

Desde la cima de edificio se puede divisar toda Lima Metropolitana y balnearios, incluidos los cerros de San Cosme, El Agustino y La Punta, en el Callao, así como la Isla de San Lorenzo; y al norte de Lima, hasta las alturas de Collique. Un panorama de toda Lima.

Ahora esa azotea -codiciada para cualquier observador de la ciudad- está ocupada por antenas de una estación de telecomunicaciones. Una empresa transnacional es su dueña en la práctica. Pese a todo, desde el 2016 el edificio se ha venido repoblando, y ahora tiene casi el 100% ocupado, entre propietarios e inquilinos. El coloso aún respira.