El comercio
Por: Lourdes Fernández | Rodrigo Cruz
Fotos: Antonio Álvarez | Rolly Reyna
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La trata de personas es un delito invisible. Sin necesidad de cadenas, los tratantes tienen atrapadas a sus víctimas en un círculo de explotación que ni ellas mismas reconocen. En el Perú en los últimos tres años, 3.486 personas han sido víctimas de este delito. ¿Qué ocurre con ellas después de ser rescatadas? Aquí sus historias.

Por: Lourdes Fernández Calvo
@LulitaFC

Las víctimas de trata que esconde la selva

Estrella acaba de cumplir 15 años. Los globos rosados de la fiesta sorpresa que le organizaron sus compañeras, aún lucen  colgados del techo del comedor del albergue en donde vive desde hace unas semanas.

Estrella llegó bastante reacia y a la defensiva a esta villa cristiana evangélica, ubicada a varios kilómetros adentro de la carretera Iquitos-Nauta, en Loreto. De a pocos, ha tenido que acoplarse a vivir en un ambiente sin riesgos, en donde puede dormir sin tener miedo y en donde confiar no significa estar en peligro. No ha sido fácil. Ha tenido que empezar de nuevo (por segunda vez). Al menos, ahora ya no piensa en matarse.

“La tercera vez que me escapé de casa, fui con un grupo de amigas que se prostituían. Comencé a andar con ellas y me hicieron conocer a personas. Me involucré con ellas también en el mundo de las drogas. Necesitaba sobrevivir porque no tenía ni qué comer, así comenzó todo”, cuenta Estrella calculando sus palabras.

Así comenzó y aún no termina. Pasaron varias semanas antes de que Estrella se diera cuenta de que el novio de su amiga la estaba explotando sexualmente. Incluso, ahora, le cuesta aceptar que fue víctima de trata de personas y se culpa.

La historia de Estrella va más allá del tormento que sufrió en las redes de la trata. Su calvario no terminó cuando fue rescatada de sus tratantes. Dice que su experiencia en uno de los Centros de Asistencia Residencial (CAR) del MIMP, albergues a donde son enviadas las víctimas de trata de personas, también fue traumatizante.

“Miraba cosas muy feas, cómo las chicas se comportaban, no sé, a veces sentía que en ese lugar me iban a matar. Miraba desde el segundo piso cuando las chicas rompían platos, se cortaban, era horrible ver todo eso. Y verlo continuo todos los días, era feo. Había chicas que habían sido vendidas, violadas, desfiguradas, había de todo”, narra Estrella.

Luego de estar dos meses en ese albergue, Estrella fue trasladada a uno privado, el único especializado para recibir a víctimas de trata en Loreto. Este albergue fue autorizado por el MIMP a inicios de año y ya ha recibido a ocho víctimas menores de edad. Tres de ellas han llegado del mismo CAR de Loreto. El lugar está a cargo de un grupo religioso cristiano evangélico que brinda asesoría psicológica, emocional y educativa a las niñas que han sido tratadas.

Lucía, de 17 años, es otra de las adolescentes que vive en este lugar alejado de la selva. Así como Estrella, tiene grabada la fecha en la que fue rescatada de sus tratantes. Es la marca de reinicio de su vida.

“El 22 de mayo. Ese día yo estaba en casa de una amiga y ella llamó a mi mamá porque yo no aparecía como cinco días. Mi propia mamá me llevó a (la policía de) trata, luego a UPE (Unidad de Protección Especial de Menores) y me trasladaron acá”, dice Lucía. Ese día, cuenta, no se despidió de su mamá. Sentía mucha cólera porque no podía entender cómo una mamá puede entregar a su propia hija. Recién ahora lo comprende: “si no me hubieran rescatado, ahora no sé dónde estaría yo”.

Meses antes, la vida de Lucía se desvanecía en madrugadas de fiestas, alcohol y sexo con hombres que ella y sus amigas llamaban “puntos”. No quiere aceptar que también formó parte de ese grupo que era explotado sexualmente. Una actitud frecuente asumida por las víctimas de trata.

“Yo veía como mis amigas entraban al cuarto y me quedaba esperando afuera. Y al salir, me llamaba la atención porque así de fácil tenían plata y harto, ¿no?”, dice.

Lo mismo pensó María cuando un amigo le dijo que podía ganar dinero trabajando de mesera en un bar. Se presentó y durante siete meses no pudo volver a casa. Había caído en una red de tratantes de personas.

“Nos tenían encerradas, no nos dejaban salir. A veces no comíamos, nos trataban mal. Nos mandaban a hacer cosas, a veces trabajábamos toda la noche, todo el día, digamos que casi las 12 horas trabajábamos”, cuenta ahora que ya puede hablar de eso.

Gracias a un amigo que denunció su desaparición, las alertas de la policía se encendieron y lograron rescatarla.

“Me dieron dos opciones, irme a mi casa o irme a un albergue como a una casa de hogar, pero preferí elegirle a mi mamá después de tanto tiempo de no estar a su lado”, dice.

El prolongado camino que tuvo que recorrer para recuperarse no fue fácil. María vivía con miedo, sentía los pasos de sus tratantes detrás de ella. En sus pesadillas aparecía la dueña del bar en donde era explotada sexual y laboralmente, y le pedía que, por favor, volviera porque la necesitaba.

“Tenía miedo de salir, de ir a las calles, solo quería estar con mi mamá, no quería que me deje. Tengo miedo que me pase algo porque a veces llegaban mensajes al celular de mi mamá diciendo que tenga mucho cuidado con mi familia”, asegura.

Pese a que aún sus heridas no cierran, no duda en asegurar que a ese mundo del que fue rescatada no volvería “así le pagarán un millón de soles”.

—La víctima, la principal—

Paola Hittscher abre los cajones de su oficina y de ellos saca pasta de dientes, lápices de colores, camisetas, toallas, cepillos de dientes, esmaltes de uñas y un peluche. “Estas son algunas de las cosas que les entrego a mis víctimas cuando las traemos acá. Muchas llegan con ropa diminuta y necesitan asearse y cambiarse. Acá les tratamos de dar lo que necesitan”, cuenta Hittscher, fiscal especializada en Trata de Personas de Loreto.

La fiscalía gracias a la donación de la ONG CHS Alternativo y con los recursos que cuenta, ha reunido útiles de aseo y ropa en pequeñas mochilas que son entregadas a las víctimas de trata que llegan a la institución.

Estos son los útiles de aseo que la fiscalía entrega a las víctimas luego de ser rescatadas.

Hace un par de años, luego de que las víctimas de trata eran rescatadas eran llevadas a la comisaría, en donde eran encerradas, incluso, con sus tratantes. Ahora, asegura la fiscal, las jóvenes o adolescentes rescatadas son llevadas directamente a la sede de la Fiscalía Especializada de Trata de Personas, en donde los propios fiscales han adaptado una sala de acogida para ellas.

Esta sala está ubicada en la parte baja de la sede fiscal. Pese a ser un ambiente oscuro, los fiscales han logrado darle un matiz colorido y acogedor. En las vitrinas han colocado juguetes que han recolectado de sus hijos. También han adaptado pequeñas mesas para que las víctimas que llegan con sus hijos pequeños puedan jugar con ellos. A un lado del salón, los fiscales y los trabajadores administrativos de la fiscalía han ordenado líneas de ladrillos para formar una especie de mueble.

“Al no tener ningún otro tipo de ayuda, la necesidad hace que nosotros también tengamos que ingeniarnos con los mobiliarios o las situaciones en las cual ellas tienen. A veces no rescatamos a una víctima sino a más de dos o tres”, dice la fiscal.

Los fiscales han recolectado juguetes de sus propios hijos para llevar a la sala de acogida.

El mueble es una pila de ladrillos. La fiscal cuenta que hacen lo que pueden para adaptarse a las necesidades que presentan.

En los últimos tres años, 3.486 personas han sido víctimas de trata de personas en el país, según cifras de la fiscalía. El 70% de ellas eras mujeres y cerca de la mitad, menores de edad.

“Loreto es la segunda región con el mayor número de denuncias por trata de personas (281) recibidas en los últimos 12 años, advierte la policía. La primera es Lima. Según la fiscalía, entre el 2016 y el 2019, se realizaron 18 operaciones contra la trata de personas en esta región de la selva, en las que se rescataron a 23 víctimas. ¿Qué pasa con ellas luego de ser liberadas de sus tratantes? En palabras de Paola Hittscher, fiscal especializada en trata de personas de Loreto, pese a los avances, es en este punto en donde se siguen presentando deficiencias

“Desafortunadamente, se han advertido a víctimas de trata de personas que están juntas con las víctimas de explotación sexual y cada una tiene un tratamiento diferente; y cuando se juntan muchas veces, las ayudan a escapar. Entonces, ha habido evasiones de los albergues y eso dificulta el proceso porque las víctimas retornan al circuito de la explotación”, precisa la fiscal.

En el Plan Nacional contra la Trata de Personas 2017-2021, aprobado en junio del 2017, se advierte de esta situación y se resalta lo siguiente: el Estado aun no centra su atención en las víctimas y no considera sus particulares necesidades como eje principal en la lucha contra la trata.

A la fecha, el Inabif, quien está a cargo de la administración de los CAR, cuenta solo con tres de estos centros especializados para atender a víctimas de trata de personas. Dos de ellos están en Lima y uno en Madre de Dios, otra de las regiones con gran número de casos de trata de personas vinculados a la minería ilegal.

La fiscal Paola Hittscher en la sala de acogida que la Fiscalía Especializada en Trata de Personas de Loreto que los propios fiscales han tenido que adaptar para atender a las víctimas de trata.
La sala de acogida tiene, además, un pequeño cuarto con tres camas para que las víctimas puedan descansar luego de ser rescatadas.
Esta es la pequeña habitación adaptada para las víctimas de trata luego del rescate. Una de las camas, la más grande, fue donada por una ONG.
La fiscalía realiza operaciones constantes en la conocida zona rosa de Iquitos. Acá hay numerosos bares y prostíbulos.
La explotación sexual es uno de los fines más comunes de la trata de personas en regiones como Loreto. Esta se realiza en los bares y prostíbulos de Iquitos.

“Eso no significa que los otros CAR que tenemos a nivel nacional estén limitados para atender a este tipo de víctimas. La intervención en todos nuestros CAR es especializada y diferenciada”, asegura Mabel Herrera Castañeda, directora de la Unidad de servicios de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes del Inabif.

Desde el Inabif niegan que los albergues a su cargo sean cárceles y explican que las denuncias de mala atención o violencia que se han dado en ellos son situaciones que suelen surgir en el proceso de acogida de las víctimas. Aseguran que ante esos problemas existen protocolos que se implementan en los CAR y son asumidos por el personal técnico.

“Ellas traen consigo traumas y no se reconocen como víctimas de trauma. En ese proceso de recuperación hay diferentes etapas de intervención. La inicial que es de acogida suele ser una etapa donde se presentan una serie de comportamientos y situaciones que pueden desencadenar crisis conductuales”, dice.

Lo que sí admiten es que hay una necesidad por tener más albergues especializados. “¿Y ahora qué quieres hacer?”, le preguntamos a Estrella. “Estudiar, no dejar que las personas de antes vuelvan a mí. Yo sé que si salgo van a estar ahí y me van a decir vamos, y yo ya no quiero esa vida, ya no quiero más”.

*Todos los nombres utilizados para identificar a las víctimas son ficticios.