El comercio

Retrovisor: historia de una foto

Ni YouTube puede con esa eternidad: dentro del Archivo Histórico de El Comercio está contada la historia del Perú desde que este diario apareció, el 4 de mayo de 1839. Capítulo a capítulo, allí descansa. En nuestra nueva página Retrovisor, podrás encontrar la historia detrás de las fotos más reveladoras que conservamos.

Archivo de El Comercio

Adiós chico de mi barrio Lima, 13 de febrero de 1955

Por: Miguel Villegas

A inicios del 1900, la fiesta de carnavales marcaba las fronteras que dividían a Lima, una ciudad glamorosa y callejera a la vez. Por un lado, los eventos de la alta sociedad limeña, hombres de sombrero y bastón y chicas de vestido a gogó aprendiendo a bailar mambo en el Hotel Crillón; por el otro, ejércitos de muchachos que irrumpían, mitad algarabía mitad espionaje, en cada esquina de los barrios limeños para capturar una víctima y bañarlos con agua de tanque, talquearlos como si fueran bebitos, maquillarlos con betún. Los carnavales. Lima era una ciudad bella, pero salvaje.

Desde que ganó el Miss Playa 1967, y era tan popular como Cubillas, Gladys Arista fue una de las reinas de esos bailes que, cada quincena de febrero, se adueñaban de las noches de la capital. Aparecía en las páginas de sociales, salía en la TV. Fue la primera supermodelo peruana de aquellos años y representaba ese lado de Lima fashionista de carnavales, con comparsas en Miraflores, disfraces en el balneario de Ancón, madrugadas en El Bolívar. En los barrios de la capital la sonrisa de verano le pertenecía en exclusiva a muchachos como los de esta foto histórica del Archivo de El Comercio: en el 902 de una calle en el Centro, jóvenes de pantalones remangados y zapatos en punta, se abrazan y posan para la posteridad, antes de bañar en agua y pintar con betún a un incauto.

Pero quizá esa violencia fue el principal enemigo de las fiestas callejeras de carnavales. No todo era felicidad: era también un juego abusivo que cruzaba fácilmente los límites, casi un secuestro. Por eso, y ya en febrero de 1822, La Gaceta publicó un Decreto Supremo donde quedaba prohibida "como contraria a la dignidad y decoro del pueblo ilustrado de Lima, la bárbara costumbre de arrojar agua en los días de carnaval".

Y eso que no llegaron a ver cómo luego se usaba pintura acrílica, barro y aceite de camión.