La condena,
10 años después

Un día como hoy, el 7 de abril del 2009, Alberto Fujimori recibió una sentencia de 25 años de prisión por delitos de asesinato, lesiones y secuestro. El hecho marcó un hito en la política peruana, cuyas consecuencias aún se perciben nítidamente.

Por: Ricardo León.

El país llegaba a aquel abril con las emociones encontradas. A inicios del mes, Brasil sometía a Perú en las Eliminatorias para Sudáfrica 2010. “Solo nos hizo tres goles”, se leería en la portada de este Diario la mañana siguiente. Otros la pasaban aún peor: Argentina, con Messi en el campo y Maradona como técnico, recibía seis goles de Bolivia. Los argentinos enterraban su sueño mundialista al mismo tiempo que a Raúl Alfonsín, fallecido horas antes del primer gol boliviano. No sería el único ex presidente convertido en noticia.

Se acercaba la Semana Santa, y quienes no pretendían salir de Lima planeaban ir al cine a ver “Rápidos y Furiosos”, que ya iba en la cuarta de infinitas entregas. En la pantalla chica, “Al Fondo Hay Sitio” arrojaba 30 puntos de rating y se lanzaba “El Enano”, una historia de humor criollo que tenía entre sus protagonistas a Salvador del Solar. Algunas cosas cambiaron en una década: ahora él es primer ministro, son otros los escenarios, es distinto su público.

Otra comedia de situaciones era la que se vivía en la política local. El país era gobernado por Alan García, que una década después, como ex presidente, también sería noticia. Martín Vizcarra, después del ‘moqueguazo’ del 2008, recién emprendía la campaña para las elecciones regionales del 2010.

Aquel miércoles 1 de abril del 2009, Alberto Fujimori dio su alegato final en el proceso por violación de derechos humanos, y lo hizo defendiendo su lucha contra el terrorismo. Comenzó su discurso político (porque eso fue) gritando “¡mi lucha fue sin cuartel!”, como si estuviera en uno.

En la sala de la DIROES estaban sus hijos Keiko y Kenji, Luis Delgado Aparicio, Jaime Yoshiyama y otros conocidos fujimoristas como Luisa María Cuculiza, que lloró cuando su líder hablaba al otro lado del vidrio. Los alegatos de Fujimori continuaron la mañana del viernes 3. Al terminar, tomó la palabra el juez César San Martín. En épocas de desesperanzas futboleras, eligió una metáfora ad hoc: “A partir de ahora, la pelota está en la cancha del tribunal”. Y fijó fecha: 7 de abril, 9 de la mañana.

El día más largo

El terremoto de 6,3 grados que sacudió L’Aquila, en el centro de Italia, dejó más de 300 víctimas, entre ellos la peruana Roberta de la Cruz. Se registró el 6 de abril. Al día siguiente, otro peruano llamado Walter Aguirre contó en El Comercio que seguía durmiendo en carpas, que seguía habiendo réplicas, que seguían apareciendo muertos. Contó también que vivía en Italia hacía 20 años, luego de dejar su casa en La Perla. Ese mismo día, en ATE, los periodistas se arremolinaban en la puerta de ingreso a la DIROES.

Horas antes, Keiko Fujimori dijo en un video que su padre había sido sometido “a un juicio político y mediático impulsado por los perdedores de la guerra”. Ella también apeló a los fantasmas del terrorismo, aunque no fue la única: su tío Santiago Fujimori dijo que la condena era “una victoria parcial a Sendero”.

Parecían días normales: el dólar se mantenía en 3,1 la compra y venta, los peruanos planificaban el fin de semana largo, el Senamhi anunciaba 27 grados en Lima. La temperatura política en el país era en cambio sofocante: poco después de las 9 de mañana, Fujimori abrió un cuaderno de hojas cuadriculadas y escribió “Audiencia # 161”, junto a la fecha, “Ma 7 Abril 2009”.

Yanet Carazas, secretaria de la Sala Penal Especial, leyó 60 de las 763 páginas de la sentencia. No tomó agua en ningún momento, más tarde explicaría que “tenía el temor de ir al servicio higiénico”. En los días previos se había teñido el pelo y se había formado un cerquillo que le cubría los ojos al leer. Pronunció con firmeza el primero de los 247 fundamentos de sentencia: “¿Está probado que el acusado, nacido en el Perú, de padres japoneses, tiene doble nacionalidad: peruana y japonesa, y que en nuestro país su nombre es Alberto Fujimori Fujimori y en Japón es Kenya Fujimori? Sí, lo está”. Fujimori no dejó de hacer anotaciones, ni siquiera cuando Carazas leyó que la condena acabaría “el diez de febrero del dos mil treinta y dos”.

La rabia, por un lado, y la satisfacción, por el otro, durarían lo que dura una coyuntura política en el Perú: muy poco. A la noche siguiente, Keiko llevó a cabo un mitin en el que estuvieron Kenji, Mark Vito, Carlos Raffo y hasta la pequeña Kyara (no había nacido Kaori). “Esta noche empezamos la cruzada de rectificación de Alberto Fujimori”, dijo al inicio. Luego empezó el verdadero motivo del mitin: “¡Logremos el millón de firmas más pronto para inscribir a Fuerza 2011!”, gritó. A esa hora ya se habían creado dos grupos de Facebook en honor a Yanet Carazas.

Al día siguiente, el tema de conversación era el tráfico en la Panamericana Sur, lo de siempre. El feriado enfrió los ánimos, pero por poco tiempo: la tarde de ese mismo Jueves Santo, dos emboscadas perpetradas por terroristas en el Sanabamba, en la parte ayacuchana del Vraem, dejó 13 soldados muertos y se convirtió así en el ataque más cruento de aquellos años. Otra vez los fantasmas se despertaron y se habló de la guerra “sin cuartel” contra el terrorismo, aunque ya no en tiempo pasado y como argumento jurídico, sino en presente y como tragedia.