denisse fajardo

Voleibolista peruana

Era octubre del 2010 cuando Denisse Fajardo, una de nuestras grandes guerreras de Seúl 88, soñó con su madre, quien había muerto un año antes de cáncer al endometrio. Más que un sueño fue una especie de visión, en la que su mamá, Victoria, le pedía que fuera a un médico, que se hiciera exámenes. “Hazte ver, hazte ver”, repite Denisse, como recordando una vieja conversación.

Fajardo no solo había perdido a su madre pocos meses antes; una prima suya había muerto por cáncer a los ovarios y dos tías, por cáncer al estómago. Aunque nunca nadie podría estar ‘preparado’ para que le detecten cáncer, Denisse afirma que sabía que tarde o temprano también le tocaría enfrentar esa enfermedad.

Y el que haya soñado a su madre fue premonitorio, pero oportuno. A la mañana siguiente la voleibolista le contó su visión a su esposo y él la alentó a ir de inmediato a hacerse un chequeo. Denisse tenía una pequeña molestia en el seno izquierdo, así que la primera zona en la que le hicieron la ecografía fue esa. No salió nada. “Ufff...”, respiró aliviada. El médico pasó al seno derecho: ahí estaba el pequeño tumor.

Gracias a la detección temprana del cáncer, Denisse no tenía los ganglios comprometidos y tampoco fue necesario extirparle el seno. Ella entró al hospital un 28 de diciembre, la operaron al día siguiente y el último día del año ya estaba afuera. Previamente, se había asegurado de que eso ocurra: su mamá siempre le había dicho que si pasaba las últimas horas del Año Viejo enferma, todo el año se la pasaría así.

“A mí me detectaron el cáncer en el segundo estadío gracias a mi madre y gracias a esa detección temprana no me tuvieron que extirpar el seno. Igual, me hicieron ocho quimioterapias y 33 aceleradores lineales [tratamientos de radioterapia]. Es... fatal. Recuerdo que después de la primera quimio me fui a comer un cebiche, porque terminé hambrienta después de estar cuatro horas sentada con ese líquido helado entrando por mis venas. Para la noche sentía que me moría: lloraba, gritaba, mi esposo me sujetaba sin poder hacer nada. Y sentía que me secaba, mi piel era como la de las iguanas, un pellejo”, recuerda Fajardo.

Denisse tiene claro que siempre valdrá la pena luchar. Lo hizo, además, junto a su esposo Víctor y decenas de personas que le escribían por las redes sociales enviándole mensajes de aliento. Ella no dejó que el cáncer le robe la vida que tenía antes de la enfermedad. Siguió con sus clases de vóley y pese a que se le cayó el pelo por las quimioterapias, nunca usó peluca. Aunque aún toma pastillas para mantener bajos sus marcadores tumorales, sonríe. Sonríe y vive.