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El Escuadrón Anticovid-19 combate al coronavirus

Una familia barranquina decidió salir a la calle y, con una hidrolavadora, agua y lejía, se puso a limpiar calles, fachadas y veredas de quienes lo necesiten, sin pedir nada a cambio.

Texto: Juan Diego Rodríguez Fotos: Cesar Campos

"Por parte de ustedes, lo que necesitamos es agua y lejía. Nosotros llevamos las máquinas y ponemos el personal". Esa suele ser la respuesta que da el Escuadrón Anticovid-19 cuando preguntan por sus servicios. La situación varía cuando son lugares de bajos recursos los que necesitan ser desinfectados. En esos casos, los ingredientes salen de los bolsillos de los siete integrantes del grupo y se suman a las donaciones conseguidas.

Pero, al inicio, todo fue obra y gracia de ellos mismos.

"Mi primo tenía una hidrolavadora que conectaba al caño para lavar su auto, y pensé que se podía adaptar para que hiciera lo mismo con un balde de agua y lejía –recuerda Óscar Lucero López, miembro del Escuadrón Anticovid-19–. Mi idea era implementarlo en la quinta en la que vivimos en Barranco, y empezar a desinfectar los exteriores de las casas. Entonces quien me ayudó fue mi sobrino de 13 años. Aprovechamos también para limpiar la cuadra, por lo que pedí a los vecinos que colaboraran con la lejía. Así comenzamos. Lo que siguió fue que la gente de la zona se pasó la voz".

Pronto, al proyecto se sumaron más familiares –quienes viven en cuatro de las 14 casas de esa misma quinta–, que pusieron a disposición sus autos para hacer más fácil el trabajo y llegar más lejos. Con ellos, se consiguió una hidrolavadora más grande en reemplazo de la primera que se malogró. "Hicimos una 'chancha' con mis primos y fuimos a 'La Cachina'. Allí vimos una bomba con un caballo de fuerza que costaba 250 soles, pero al explicarle al dueño qué haríamos con ella, nos la dejó en 150. Después una empresa nos contactó para regalarnos una hidrolavadora Ducati de 1400 vatios y cambió la cosa: esa podía trabajar cuatro horas y solo necesitaba descansar treinta minutos para volver a funcionar".

Mientras más conocidos se hacían, más donaciones les llegaban: lejía, indumentaria (los uniformes amarillos que usan), gorros, protectores de zapatos, gel, mascarillas de tela. A la vez les llegó dinero del extranjero y con eso empezaron a salir con más fuerza, al punto que tuvieron que conseguirse otra hidrolavadora, esta vez industrial, y pudieron operar todo el día sin parar y llegar a edificios de hasta 16 pisos. "Como los bomberos", anota Lucero.

Hoy por hoy, el Escuadrón Anticovid-19 es integrado por Óscar Lucero López (42 años), Carlos Lucero López (45), José Alcides Pérez (43), Alejandro Sotomayor Espichán (30), Diego Alonso Aguirre Lucero (23), Juan Espichán López (35) y Alexander Borrero Pizarro (52).

El edificio más alto que el Escuadrón Anticovid-19 desinfectó se encuentra en Surco y fue de doce pisos. En cuestión de una hora, áreas comunes, escaleras y los sótanos quedaron libres de coronavirus. El área más grande en la que han trabajado está en Los Olivos, en la que abarcaron entre 35 y 38 cuadras. Llegaron a las 10 a.m. y volvieron a su base en Barranco justo antes del toque de queda. Y el lugar más necesitado al que dieron una mano fue el asentamiento humano La Rinconada, donde se enfrentaron a cerros sin pista.

"Hemos tenido todo tipo de experiencias, positivas y negativas –comenta Lucero–. En cada sitio al que vamos pedimos que las personas dejen los insumos en las puertas, y hay un encargado por cuadra. Pero a veces los vecinos salen, se ponen a nuestro costado y no nos dejan trabajar. Las personas no entienden que se arriesgan y que también nos ponen en peligro, y a veces no nos queda otra opción que retirarnos. También hay personas que no quieren dar agua, y te reclaman por 'no haber ido preparado'".

Pero quizás las peores situaciones que han vivido tienen como protagonistas a las fuerzas del orden. "En Barranco nos conocen, así que nos dejan transitar en los carros, nos saludan y todo bien. Pero en otros lugares, aun cuando explicamos lo que hacemos, nos hacen problemas. Es verdad que hay quienes nos ayudan, pero hubo un policía que nos amenazó con ponernos una multa y llevar el carro al depósito si nos volvía a ver, y un militar que nos hizo apagar las máquinas en plena desinfección y nos botó. Es cuestión de criterio, porque no es que podamos ir a la municipalidad y sacar los permisos. Eso nos frustra y los mismos vecinos reclaman, pero vamos a seguir. Nadie nos tumba".

Y así como hay problemas, también hay señales de esperanza, acciones de otras personas que hacen que el esfuerzo valga la pena. "También hay quienes nos agradecen. Una vez llegamos a la urbanización El Arenal en San Juan de Lurigancho, casi al final de la línea 1 del Metro de Lima, y, antes de empezar, nos sirvieron comida y gaseosa –recuerda Lucero–. Luego, un vecino sacó su camioneta y montó los equipos para que nuestra labor fuera más fácil. Allí, con un megáfono pedía que la gente apoyara con agua y lejía, y los vecinos nos aplaudían".

Pero quizás lo que más los tocó se dio en Pamplona. "Allí no llega el agua y las personas son de bajos recursos, y aun así se correteaban entre todos para darnos agua. Incluso sacaban de sus cilindros para que continuáramos. Todos colaboraron. Hasta los que tenían cilindros a medio llenar nos decían que lo tomásemos. Los que menos tienen son los que más apoyan".

-Una piedra en el camino-

En las últimas semanas, la buena fama del Escuadrón Covid-19 se vio en tela de juicio por motivos ajenos a su iniciativa. En el mismo distrito, a pocas cuadras de la vivienda de Óscar Lucero y su familia, apareció un grupo alterno que sí cobraba por el servicio. Lo peor: se hacía pasar por ellos.

"Yo conozco a la persona que maneja ese grupo. Es un vecino de aquí, cuya cuadra desinfectamos –afirma Lucero–. Cuando vio lo que hacíamos, me llamó y preguntó si lo podíamos ayudar porque no tenía trabajo. Nosotros le explicamos que aquí no había dinero, así que tomó su hidrolavadora y salió a la calle. El primer día lo intervino la policía y se hizo pasar por nosotros. Por lo que sabemos, lo sigue haciendo. Para nuestra suerte, en la comisaría nos conocen porque siempre la vamos a desinfectar, y nuestros trajes se destacan porque son amarillos y tienen nuestro logo".

En paralelo, cuenta Lucero, otras personas se han animado a hacer lo mismo, también cobrando. Incluso, hay quienes dan el servicio para el interior de las casas, solo que las dejan vacías. "No nos incomoda que cobren. Si quieren trabajar y ganarse unas monedas con una tarifa, es cosa de ellos. Lo que nos incomoda es que se hagan pasar por el Escuadrón Anticovid-19. Nosotros somos una familia y por eso hemos decidido no lucrar. A veces, las personas nos dan monedas, galletas, víveres, y eso que nos cae lo utilizamos para hacer una olla común en la casa. Somos 30 personas las que pertenecemos a esta familia, y tenemos que mantener el hogar".

El dinero que reciben también lo destinan a comprar más productos para su labor. "Hemos llegado a adquirir DMQ, que está hecho a base de amonio cuaternario de quinta generación, una sustancia no tóxica que usan Digesa y el Minsa para limpiar comisarías y postas médicas. Esa la usamos en casos específicos. Ayer, por ejemplos, nos llamó una familia de infectados. El padre había fallecido, una de las hijas está con respirador, las hermanas están infectadas. Nos hemos empapado del tema y sabemos que este compuesto puede servir para desinfectar casi al 99% su casa y la de los vecinos", afirma con seguridad Lucero.

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