El comercio

Margarita Plasencia: La profesora que no se cansa de hacer mascarillas

En La Libertad, Margarita Plasencia alterna su rol de madre y maestra para producir mascarillas. Esta es su historia.

Texto: Rodrigo Moreno Herrera

La desesperación en las calles, el alza de precios en las farmacias y una oleada de malas noticias en televisión provocaron miedo en Margarita Plasencia, solo que eso no la amilanó. Al contrario, sintió que debía ayudar. Recordó que tiene una máquina de coser que dejó de utilizar tiempo atrás por la cantidad de obligaciones que asumió como profesora de educación inicial. Lo primero que hizo fue ver tutoriales en YouTube, luego reunió la tela de algodón que había en casa, tomó su máquina y empezó a confeccionar mascarillas.

A medida que acumulaba unidades ya listas, buscó el apoyo del alcalde y de los vecinos de Casa Grande, La Libertad, para obtener más tela. Se le ocurrió compartir una publicación en Facebook para que más gente se sume a su iniciativa. Aunque gracias a eso consiguió donaciones, también le trajo sinsabores. No faltaron aquellos que, motivados por fines políticos, le ofrecieron encargarse de la repartición. De igual modo, le preguntaron si vendía su producción; sin embargo, ella tenía claro que la entregaría sin costo a quienes realmente la necesitaran.

Tardó casi dos semanas en terminar quinientas mascarillas. Le pidió a su esposo que gestione el permiso de circulación con la policía para trasladarse hacia las zonas rurales y anexos de la ciudad. Sabía que a esos lugares, como el asentamiento humano “17 de marzo”, el auxilio llega a cuentagotas. Su madre Margarita y sus hermanas Kathy y Coral la ayudaron. “Yo sentía en mi corazón que debía hacer algo”, comenta. Hasta antes de la cuarentena solo había elaborado polos para sus dos hijos.

A inicios de abril, la historia se extendió por los pueblos más cercanos. En apenas unos días comenzaron a tocar su puerta para solicitarle más utensilios de protección, algo que hasta hoy ocurre. El problema era que no tenía más materiales para hilvanar. Es así que creyó conveniente llamar a un congresista para pedirle que se involucre en la tarea. A poco de terminar el mes, un asistente del legislador le llevó ocho metros de notex, uno de los textiles más adecuados para la fabricación de mascarillas. Era momento de volver a encender la máquina de coser.

Ese segundo lote lo donó a quienes desinfectan el barrio, los vigilantes y los trabajadores del mercado. Margarita quisiera cooperar más pero, aparte de la limitación de implementos, debe alternar su tiempo entre su rol de madre y sus labores como maestra. Su rutina inicia a las 7:30 a.m. Prepara los videos que compartirá con sus alumnos y está pendiente de los comentarios de los padres. Ha acondicionado un espacio en su casa para que los niños no pierdan la sensación de que están en el aula. Cuando tiene tela, se las arregla para dedicarle casi dos horas a coser. En la tarde le envían las tareas y hay días en los que absuelve consultas hasta las ocho de la noche.

Como muchos docentes, todavía no se acostumbra a enseñar de manera virtual. Y al igual que el resto de peruanos, sigue preocupada por una situación que tarda en revertirse. A veces se agota por los quehaceres cotidianos. Su esposo le pide que descanse pero ella sigue produciendo cada vez que puede porque piensa que si no lo hace, tal vez nadie más lo haga. Hasta el momento ha fabricado ochocientas mascarillas. “Si todos diesen un poco de su tiempo para ayudar podríamos hacer bastante más. No hay que pensar en algo a cambio, sino contribuir de corazón”, nos dice.