Jorge Malpartida Tabuchi
Hace unos meses empezó a circular en redes sociales el video de una pareja de venezolanos disgustados por el sabor de la chicha morada.
—Uhm, no tiene mayor ciencia— dijo el joven, luego de sorber la bebida de maíz.
—Sabe horrible— respondió su interlocutora.
Este registro, que no tenía mayor trascendencia que representar el punto de vista de dos individuos anónimos sobre lo que consumían durante la cena, generó una ola de comentarios xenófobos y cargados de prejuicios de peruanos, cuyo orgullo e identidad nacional, al parecer, habían sido mellados.
“¿Qué hacen acá? Si la pasaban mejor en su país deberían regresar y dejarnos tranquilos con nuestras costumbres”, escribió alguien debajo del video de los venezolanos. “Y su arepa es una porquería. Una vez compré para saber y no pude ni llegar a la mitad, simplemente horrible sin sabor”, puso otra usuaria. “¿Por qué, por ventura, se sigue permitiendo su ingreso a nuestro país inadmisible e indiscriminadamente? ¿No visualizan las autoridades ineficientes el caos y el peligro social que ello implica?”, se preguntaba otra persona.
Aunque este episodio de intolerancia no representa cuál es el sentir de la mayoría de peruanos hacia la presencia de venezolanos en el país, permite analizar cómo está siendo recibido dentro de la sociedad este grupo de extranjeros. Según una encuesta de febrero de El Comercio–Ipsos, el 49% considera positiva la llegada de venezolanos al país. Un 43% estaba en contra de su arribo.
Para el antropólogo Raúl Castro Pérez ha surgido una dicotomía en las relaciones entre peruanos y venezolanos: la solidaridad y simpatía hacia un pueblo de ciudadanos que están escapando de la crisis económica y social de su país; y la incomodidad hacia una fuerza laboral que, en algunos aspectos, puede estar más calificada que la mano de obra nacional.
Sin embargo, la idea de que los venezolanos han venido a “quitarle empleo a los peruanos” no es tan cierta. Los 330 mil venezolanos que viven en el Perú representan apenas el 1.5% de la población económicamente activa (PEA), que supera los 17 millones de personas.
La psicoanalista María Pía Costa también señala que el rechazo hacia los extranjeros está relacionado directamente con la competencia laboral. Sin embargo, estas actitudes se frenan una vez que se establece un contacto directo con los migrantes.
“En mucha gente, en especial en los sectores con menos recursos económicos, existe ansiedad y estrés por la necesidad de ganar dinero para sobrellevar el día a día. En ese contexto de agenciarse la sobrevivencia, puede aparecer una sensación de que hay un grupo foráneo que les está quitando trabajo. Pero la cosa cambia y el rechazo prácticamente desaparece cuando surge un vínculo afectivo, de empatía, de colocarse en los zapatos del otro”, precisa Costa.
La masiva migración de venezolanos también ha provocado que en la mente de los peruanos aparezcan ideas preconcebidas sobre cómo son estos extranjeros en diferentes ámbitos. Según Castro, en algunos casos estos prejuicios son positivos. Por ejemplo, los relacionados a sus habilidades sociales para atender al público o su capacidad para relacionarse con el otro con cordialidad.
“En comparación a la conducta de nosotros los peruanos, se tiende a creer que el venezolano es una persona alegre, más extrovertida. Esta simpatía es real y puede comprobarse en el trato cotidiano. Pero esta calidez no es una condición que haya surgido de la nada. Tiene que ver con el hecho de que muchos de los migrantes tienen un mejor grado de instrucción, prácticas ciudadanas y un comportamiento cívico más desarrollado, incluso por encima del promedio nacional”, indica el antropólogo.
En una ciudad como Lima en donde prevalece la desconfianza, un individuo con estas características puede resultar atractivo en el ámbito laboral.
Este estereotipo del venezolano alegre y cortés tiene una contraparte: la del migrante “fosforito” o que se irrita con mucha facilidad. Nuevamente a raíz de los virales de Internet, en donde se muestran videos de supuestas peleas entre venezolanos y peruanos en la calle o mientras trabajan, se ha instalado el prejuicio de que son conflictivos.
Sin embargo, Castro indica que muchas veces los migrantes que llegan a trabajar a Lima se chocan con mafias que cobran cupos para dejarlos vender sus productos. Un ejemplo son los grupos que lotizan veredas en Gamarra y otras zonas comerciales.
“Esta economía clandestina choca con la estructura más ordenada que conocen en su país en donde la municipalidad es la única encargada de dar permisos. La informalidad provoca un conflicto y generalmente estos videos que se hacen virales graban esos episodios para desprestigiarlos o caricaturizarlos como personas problemáticas y violentas”, señala.
Por su parte, Costa indica que la aparición de prejuicios está relacionada a sentimientos de envidia. Pero como toda emoción, estas pueden menguar o exacerbarse dependiendo de la capacidad del sujeto para superar situaciones adversas. “Si alguien es más capaz, extrovertido y educado, como sucede en el caso de los venezolanos migrantes, es posible que surja una rivalidad o competencia. En esa situación puede tomar dos caminos: imitarlo para mejorar u odiarlo para destruirlo”, explica.
Según la psicoanalista, estos conflictos que surgen durante las migraciones masivas pueden prevenirse y resolverse siempre y cuando el Estado implemente políticas públicas que expliquen y eduquen a los peruanos sobre los factores que están produciendo la crisis en Venezuela y las razones por las cuáles hay un éxodo masivo de personas. “Es necesario que los peruanos conectemos con su situación. Nadie está libre de una crisis económica y la migración es una posibilidad para salir de la pobreza”, indica Costa.