Jorge Malpartida Tabuchi
Antes de escapar de la crisis en su país y llegar al Perú con lo último que le quedaba de sus ahorros, el músico y productor venezolano Carlos González compuso una canción cuya letra le ayuda a sobrellevar la tristeza. “Quiero cantar a todo grito que estoy vivo/ que entre susurros siga oyéndose mi voz. /Yo soy la letra y melodía / yo soy canción, soy alegría/ y pido a diario que nunca muera mi voz”.
Los versos de “Que nunca muera mi voz” relatan la incertidumbre de no saber cuándo podrás subirte nuevamente a un escenario a cantar. Cada vez que interpreta este tema, compuesto al son de la gaita, un ritmo festivo de la costa de Venezuela, Carlos quiebra su voz y llora. “Pega mucho. Cuando la cantas te imaginas toda la fama que recibiste, lo que viviste delante del público y ahora solo te queda la incertidumbre”, dice.
La música era su principal motor de vida en Venezuela. Desde los 18 años cantaba gaitas y llaneras en bares, teatros y clubes. Además, organizaba conciertos y fiestas privadas con artistas de moda. Desde el 2016 trabajaba en Tves, el canal de televisión del Estado. Ahí se encargaba de contactar a los artistas y coordinar las presentaciones de las orquestas y agrupaciones de salsa, merengue y música típica venezolana que tocaban en vivo en el magacín matutino de la televisora.
Cuando abandonó su país, todas las luces y el glamour de los escenarios desaparecieron. Llegó al Perú junto a Gloria, su hija mayor, en la víspera del Jueves Santo. Se acomodaron en una casa de Los Olivos que comparten con otros diez compatriotas. Su consigna es obtener cualquier empleo que le permita enviarles dinero a su esposa y tres hijos que se quedaron en Caracas.
En sus recorridos por Lima, mientras avanza en sus trámites para obtener el PTP y convalidar su título como educador, Carlos sigue tarareando su composición. “Yo soy canción, soy alegría/ y pido a diario que nunca muera mi voz”. Su sueño es poder grabarla en un videoclip en el que participen más de 100 músicos y 50 cantantes venezolanos. Quiere que sus versos estén vestidos por imágenes de compatriotas ganándose la vida en la calle, restaurantes y oficinas del Perú; y que ese himno de esperanza recorra el mundo a través de Internet.
“La música para el venezolano es como la comida para el peruano. Todo lo hacemos con música. El obrero, el taxista y el profesional siempre están tarareando algún tema. Yo quiero que mi canción sirva para unirnos y hacernos recordar nuestra riqueza como nación”, cuenta.
Juntar a tantos músicos extranjeros no será fácil. Por ello recorre plazas y parques de la capital identificando artistas callejeros. También lanza convocatorias por grupos de WhatsApp para contactar a músicos profesionales de su país. Hasta ahora tiene guitarristas, trompetista, percusionista, pianista y tecladista. También ha conseguido intérpretes de conga, timbal y trombón dispuestos a sumarse a su proyecto con el que busca retomar su oficio como productor y promotor de nuevos talentos.
Sin embargo, el principal obstáculo para reunir a este ensamble es que la mayoría de músicos no pueden dtescuidar sus labores diarias. “Ellos se ganan la vida en las combis y la calle. Ganan 40, 50 ó 100 soles al día. Venir a ensayar conmigo es arriesgarse a perder su sustento”, comenta el productor.
Pese a esas circunstancias Carlos no pierde la fe. Él es consciente del poder que tiene la música y está convencido de que más personas atenderán su llamado en las próximas semanas. Sabe que, tarde o temprano, su canción se abrirá paso en los corazones de todos aquellos que, al igual que él, añoran volver a los escenarios.