María del Carmen Yrigoyen
En el 2017, 7.692 niños y adolescentes venezolanos se matricularon en algún colegio peruano. Los centros educativos con mayor población estudiantil originaria de ese país fueron la escuela estatal Santa María de Maranga (24 de 149 alumnos eran venezolanos) y los colegios privados Americano Miraflores (24 de 153) y el Santo Domingo Apóstol (19 de 872).
Para marzo de este año, otros 3.197 niños venezolanos migraron junto a sus padres y obtuvieron el permiso temporal de permanencia (PTP). Solo en el colegio General Prado, en Bellavista, Callao, 150 niñas venezolanas fueron matriculadas en primaria y secundaria. Algunos padres separaron vacante para sus niños en varios colegios antes de traerlos del país llanero.
Diez niños del albergue temporal gratuito para migrantes de San Juan de Lurigancho, dos mujercitas y ocho hombrecitos, estudian en el colegio Diego Thompson, de ese distrito. Es una escuela privada en donde han sido becados gracias a la perseverancia de René Cobeña, el dueño de la casa que funciona como albergue. Los meses de febrero y marzo estuvo conversando con el alcalde distrital, Juan Navarro, para que este los ayude a colocar a los niños en una institución educativa. Navarro, que es dueño del colegio Diego Thompson, les abrió las puertas.
“En San Juan de Lurigancho hay buena cantidad de venezolanos. Son bien chambas. Los ves trabajando en lo que sea”, dice Navarro. “Por eso, cuando recibí la llamada del albergue diciéndome que había 10 pequeños que necesitaban estudiar, decidí apoyarlos. Les compramos sus útiles, material de estudio y uniformes de colegio”, agrega.
El coordinador académico les tomó un examen a los chicos. Las primeras semanas, por las tardes, los pequeños recibieron una nivelación, sobre todo los mayores que no habían llevado antes cursos de Historia del Perú y Geografía. “Ahora están muy bien. Son muy educados, alegres, despiertos. Se llevan muy bien con los otros chicos. Nunca dan problemas”, dicen los maestros.
Los hermanos Yénesis y Yeiker Zavala, de 9 y 5 años, cursan el tercero de primaria y el nivel inicial. El más pequeño aprende los colores, las vocales y los números. Está practicando sus trazos y aprendiendo a pintar dentro de la línea. “Me gusta jugar, pintar. El amarillo es mi color favorito”, dice. Es el único venezolano en su salón.
Yénesis tiene un compatriota de compañero. Antes de iniciar las clases los profesores les piden a sus alumnos que saquen sus loncheras, las coloquen sobre sus carpetas y tomen desayuno en grupo. Los dos venezolanos se sientan juntos. Han llevado jugo de maracuyá, plátanos y arepas. Un compañero peruano se detiene a su costado a curiosear la lonchera. “No sé nada de Venezuela”, dice otra alumna de ese año. “¡Pero tengo un billete de 100 bolívares!”, exclama contenta. El papel que tiene no vale ni un céntimo peruano, pero eso es lo de menos.